Cuantas veces, especialmente en concentraciones partidistas o laborales, se espera que quienes se dirigen al pueblo digan palabras, frases y criterios creíbles, límpidos, con base en la verdad y la realidad. Es decir, que todo lo dicho sea muestra de sinceridad y honestidad y que, forzosamente, tendría parangón con lo que se haga. Que se cumpla en la vida real todo lo dicho y prometido, que no haya palabras dichas al azar, al “por si acaso” o para “hacer creer a los inocentes”. Pero la realidad revela que nada de lo prometido y hasta jurado tiene visos o cara de ser cumplido, porque todo habría sido efecto de las circunstancias. Esta es la verdad que se vive, por decir “lo que sea y cuanto sea con tal de salir del paso”. Es lamentable pero cierto y da lugar a los interrogantes: ¿Por qué y para qué decir y ofrecer lo que no es verdad? ¿Para qué recurrir a la mentira, al engaño, al sofisma, aun sabiendo que con ello se pierde, se desmerece ante el pueblo?
Es innegable que la verdad debe coincidir o concuasar con la honestidad y seguridad de que habrá cumplimiento; seguridad de que se obrará con dignidad y certeza, con sinceridad y honradez, porque se desea y busca mostrarse digno de la confianza que se ha depositado en uno; dar la seguridad de que se está alejado del engaño y de la mentira.
No se puede negar que en la vida política, económica, empresarial, profesional y laboral hay personas que se han caracterizado, en mucho tiempo, por obrar con rectitud y honestidad; son personas a las que no se les conoce falsedades ni engaños; también hay quienes prefieren mostrarse como son y hasta soportando críticas de sus entornos que no se explican “cómo y por qué se dijo lo que cabía guardar”; pero, hay situaciones en que se conoce a quienes puede decirse que son del primer grupo o que no mienten y poseen todos los merecimientos que, por razones extrañas, formulan promesas que no coinciden con la verdad y, es lógico, decepcionan. Este tipo de conducta da lugar a que se pierda la fe y la confianza en quien se creía.
Sinceridad, honestidad y veracidad deben ser las condiciones de todo hombre que sepa honrar su palabra, de toda persona que tiene fe y confianza en sí misma y puede actuar confiada en sus virtudes, como honradez y su responsabilidad. Estas condiciones dan lugar a que los que se dirijan a uno lo hagan seguros de que uno es lo que asegura ser y no es lo que otros aseguran que es, que no siempre se basa en la verdad, o es, simplemente, frase de circunstancias, acorde con las conveniencias.
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