Antonio Ares Camerino
“Lo primero que hicieron Lourdes y Jacinto, cuando recibieron la llamada de su Centro de Salud, fue comunicárselo a sus hijos. Hacía semanas que estaban preocupados porque por edad se encontraban en tierra de nadie. La sobre información de los medios de comunicación y el desconcierto de las Autoridades Sanitarias, les hacían pensar que nunca les llegaría su turno. ¡Por fin! La cita la tenían en su Centro de Salud. Con cinco minutos de diferencia pasarían al grupo de españoles que sumaban una garantía más frente a la maldita Pandemia. Estando en la cola, guardando todas las medidas de seguridad, la negra noticia campó a sus anchas. El Ministerio de Sanidad había decidido, por precaución y prudencia, suspender la vacunación con la vacuna Astra Zeneca. La cara de todas las personas, que esperaban con ansiedad el inicio del fin, se descompuso. Volverían al miedo más ruin”.
Salvando las resistencias insustanciales de grupos mindunguis del tres al cuarto, parecía que el acuerdo era generalizado. La Comunidad Científica había dado su golpe en la mesa, demostrando que cuando se quiere y hay inversión, se puede. Los políticos veían que sus expectativas económicas, de paz social y de crecimiento empezaban a ver la tenue luz. Los gestores sanitarios demostraban que las personas y los sistemas son parte fundamental de un desarrollo que nos aproximaba al ansiado bienestar en salud como derecho. Y, sobre todo, la ciudadanía recibía ese halo de esperanza, que después de tanto desconcierto y desazón, se nos brindaba en bandeja.
Las vacunas de la Covid-19 están aquí. Ninguna debe ser desechada. Todas tienen su sitio y su franja de edad. Deferentes técnicas y modelos de producción han conseguido, en tiempo récord, lo que nadie podía imaginar. ¡Salvar a la humanidad de la primera Gran Pandemia del Siglo XXI! Y empezaron las suspicacias.
Nunca un producto farmacéutico ha estado tanto en el punto de mira como las vacunas de la Covid-19. Los ensayos clínicos y los sistemas de farmacovigilancia, de todo el arsenal terapéutico con el que cuenta la ciencia médica, siempre se han hecho con cautela y discreción. Los resultados de sus beneficios y los riesgos de sus perjuicios se han ido comunicando después de pausados estudios y de demostraciones contrastadas y con evidencia científica tipo A. La inmediatez del miedo, la urgencia de los resultados y la presión de la desesperanza nos ha llevado a que todo “deba ser eficaz y rápido”, no caben lugar a las dudas ni a los resquemores.
La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) ha evaluado que se siga usando la vacuna Astra Zeneca (VAXZEVRIA) porque, aunque considera que hay que añadir en el prospecto los trombos como un “efecto secundario raro” (menos de 1 por cada 100.000 dosis, menos de 1 muerto por cada millón de dosis) los beneficios son muchos que los posibles riesgos.
El Ministerio de Sanidad español ha acordado con las Comunidades Autónomas que éstas administraran la vacuna Astra Zeneca sólo a mayores de 60 años. Si antes las recomendaciones de su uso eran para menores de 55 años, ahora es para mayores de 60 años. El desconcierto está servido. Terreno abonado para los incrédulos y negacionistas.
Ante la razonable duda, recomiendo un ejercicio de introspección “Prospectiva”. Vaya a su botiquín. Coja el prospecto del medicamento más usual en su devenir de paciente. Léase hasta la letra pequeña. Comprenderá que vivir es un riesgo, y que todo fármaco tiene su parte oscura.
Sólo basta con ser advertido de los riegos e ilustrado de los beneficios. Lo más simple en farmacología puede pasar de ser un veneno a un tratamiento eficaz, sólo depende de la dosis y de las circunstancias. Las vacunas de la Covid-19, que están acreditadas por la EMA, nos dan las suficientes certezas para que la población asuma con garantías que su uso supone un gran beneficio en carácter global. La suspensión de la administración de la vacuna Astra Zeneca supone además de un desconcierto en la población, un descrédito para la comunidad científica que siempre ha mostrado limpiamente sus cartas. El acierto/error es lo que nos mantiene vivos desde que el neandertal se convirtió en sapiens, como aseguran Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás.
Dice el sabio refranero español que “la paciencia es la madre de la ciencia”, convendría añadir que la prudencia puede ser su aliada. Puede ser la antítesis de que lo resultados beneficiosos nos llevan a que el riesgo debe ser asumido por la persona que opta por esa opción. Sólo basta con advertirlo. La balanza riesgo-beneficio se decanta siempre a favor del primer término.
Más de dos millones de españoles, la mayor parte trabajadores esenciales, personal educativo, fuerzas de seguridad, bomberos, etc., se encuentran en el limbo inmunológico. Mezclar vacunas no está recomendado por las sociedades científicas. Lo único cierto, ante tanta confusión, es que la Comunidad de Madrid siempre irá con el paso cambiado.
La seguridad total no existe. Lo razonable está en asumir los riesgos que están controlados y advertidos y disfrutar de los beneficios que nos da el mayor avance científico de la humanidad, la vacunación.
Desde aquí apelar a que la razonable prudencia no nos haga caer en la parálisis del inmovilismo pertinaz.
Dr. Antonio Ares Camerino, delegado territorial de Bahía de Cádiz del Colegio de Médicos gaditano.
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