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[Armando Mariaca]

Siete Palabras, lecciones de amor y misericordia de Jesús


Cuantas veces, en cualquier momento, y especialmente en días de Semana Santa, todos los fieles conocen o se percatan de las últimas siete palabras de Jesús pronunciadas antes de Su muerte y que no siempre son memorizadas y tomadas en cuenta durante la vida: Es, pues, urgente y necesario que tomemos conciencia de ellas y del profundo amor y misericordia que contienen:

1ra. Palabra: “Padre mío, perdónalos que no saben lo que hacen”

Supremo ejemplo de caridad y mansedumbre de quien ha sido maltratado, humillado, herido y perdona a sus verdugos, aminorando su crimen. ¿Cuánto habrá amado Jesús a la humanidad que, al inicio de su pasión pide que haya perdón para quienes han cometido faltas tan abominables como las que empezó a padecer desde el momento en que Judas Iscariote recibió 30 monedas de plata por traicionarlo?

2da. Palabra: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”

No discrimina al ladrón crucificado y le muestra caridad y amor; lo perdona y le promete un sitio en el paraíso dando lugar a que sea el primer hombre –luego de la muerte de Cristo- en arribar al reino de Dios.

3ra.Palabra: “Juan, he ahí a tu madre”

Prueba sublime y suprema de su amor al entregar a María, su madre, como madre de la humanidad. Él, sabedor del amor y sufrir de la Santa y Virgen que lo concibió por voluntad de Dios Padre, quiso que las virtudes y bondad de ella sean legado y bendición para la humanidad, como una prueba más de su infinito amor.

4ta. Palabra: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

En el colmo de sufrimiento, pregunta a su Padre lo que él sabe que no puede ser: que el Creador lo abandone, le merme o quite su cariño y su amor; que Él, siendo el Padre Creador del universo, no podía abandonar a quien era causa de Su complacencia, el propio legado portador del perdón para los hombres de todos los tiempos, el premio para una humanidad que le había quitado la vida que la dio como suprema prueba de amor.

5ta. Palabra: “Tengo sed”

Él, que era fuente permanente de agua capaz de saciar la sed de toda la humanidad, demandó un poco de agua y recibió vinagre que pasó por sus labios; un vinagre que, seguramente, tenía el sabor de los pecados del hombre que nunca pudo calmar a sus propios semejantes de la sed de libertad, justicia y amor que sólo Dios pudo dar con la vida, pasión y muerte de Su hijo Jesús que, en lo máximo de misericordia que tenía en el corazón, aceptó la amargura del vinagre para que el proceso de salvación sea más completo, más acorde con la magnitud de pecados cometidos contra Dios y contra los mismos hombres.

6ta. Palabra: “Todo está concluido…”

Terminado el supremo sacrificio para reparar lo mucho pecado contra Dios; concluido el inmenso esfuerzo de soportar humillaciones, insultos, azotes, burlas, heridas con puñales, lanzas y espadas que hacían brotar sangre de su cuerpo y sentir que, con mayor saña, le era colocada en la cabeza una corona de espinas que le abrieron nuevas heridas. La angurria de causarle más sufrimientos no pudo llegar a romperle ningún hueso y ante ello, aumentaron los tormentos que tampoco lograron torcer su voluntad, su espíritu, su amor que con cada gota de sangre o apertura de heridas acrecentaba los dolores y la angustia de no saber hasta dónde puede llegar la saña de hombres que, renunciando a sentir amor, prefirieron acrecentar todo lo sufrido sin pausa ni mengua alguna. ¿Terminado todo? Aún faltaba mucho, como mucho es el caudal de lo que vaya a sufrirse porque nada satisface o complace la sed de pecados que la humanidad siente que se alberga en los corazones que desprecian los caminos de la virtud y optan por senderos que conducen a precipicios, menoscabando las virtudes que menguarían el sufrimiento y sacrificios del Hijo de Dios.

7ma. Palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…”

El final del supremo sacrificio; pero, a la vez, el principio de la vida eterna que empieza con la muerte en la Cruz del Salvador que dio todo porque así fue la voluntad de Dios que, desde la misma creación y primeros visos de vida del hombre, vio su inclinación por ser desagradecido y cometer faltas contra Él y contra la humanidad. Jesús, al cerrar los ojos de la vida temporal de simple ser humano, los abrió al abrir las puertas del Reino de Dios porque decidió perdonar a la humanidad lo que no cabía en su corazón, el castigo y, como remisión de esos pecados, permitió la vida, pasión y muerte de su Unigénito Hijo Jesús que, previamente, padeció y sufrió luego de una vida de ejemplar entrega a la causa dispuesta por el Padre Eterno y aceptada por Él con humildad y misericordia revestida de amor por los hombres de todos los tiempos.

En nuestras limitaciones, no se puede medir la magnitud del amor de Dios y sólo nos resta agradecerle tanto cuanto hizo y hace por nuestro bien temporal y futura salvación. Su Palabra, la misma que utilizó para crear al mundo y al hombre, tuvo su corolario para mostrar siete de las múltiples palabras que expresó y que mostraron su divina vocación para salvarnos; su omnipotente coraje para pagar con su vida los pecados de todos los tiempos y asegurarnos la vida eterna.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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