Contra viento y marea
En la historia reciente de los procesos electorales, han concurrido varios factores insólitos para que el Movimiento Al Socialismo (MAS) se haya hecho del poder central y mayoritariamente de los gobiernos subnacionales. Para su primera candidatura a la presidencia, Evo Morales contó con la inmejorable campaña de desprestigio que su enconado detractor Manuel Rocha hizo en su contra. La modesta proyección que poco antes del acto eleccionario le conferían las encuestas y que no pasaba del 11%, trocó en cuestión de días en que el comedido Embajador instó a la ciudadanía a no votar por el cocalero, so pena de suspender la ayuda de su país al nuestro.
Error garrafal para el que tenía tanto interés en no ver a Morales en la silla presidencial, ya que, si bien no la ganó, los resultados finales de ese año vieron nacer al fenómeno político que poco después se consolidó como líder indiscutible, ubicándose a muy escaso porcentaje del ganador Gonzalo Sánchez de Lozada.
Y es inconcebible que esa torpeza política, que hizo que Evo Morales alcance una inusitada popularidad y que en su momento fue ácidamente criticada por el entonces bisoño MAS, haya sido replicada por el propio caudillo y el presidente Arce, incurriendo en la misma ligereza, al chantajear a los votantes con que será imposible coordinar con gobiernos departamentales que no sean de su partido, acciones especialmente de vacunación y atención del covid-19 o concluir obras pendientes. Arce fue mucho más allá para mandarse tal yerro político que no solo le costó la gobernación de Tarija, sino la de los cuatro departamentos en juego.
Cómo es posible que candidatos con larga trayectoria política sean tan cándidos para no darse cuenta de que la ciencia política es unánime en que los móviles más poderosos del electorado suelen estar asociados a sus emociones y afectos. La gente vota por amor o por odio; porque una propuesta le hace sentir esperanza, y las otras lo hunden en la desesperación. Porque el futuro prometido es feliz y pleno, o porque se advierte nubes de tormenta en el camino. Entonces, las estrategias de campaña no pueden estar orientadas a la confrontación, a la discriminación o al racismo, terreno al que, con irrespetuoso desparpajo, ingresaron Arce y Morales. El discurso, principalmente en este estadio de la campaña en que todavía existe un buen porcentaje indeciso al que hay que cautivar, debe convertirse en un ejercicio objetivo de reflexión y no de manipulación, mucho menos con temas tan sensibles como la pandemia que está estrujando los corazones más impávidos y terminando con la resistencia moral de los más fuertes temples.
Por eso es que, para el MAS, desde una perspectiva estratégica, las candidaturas a las cuatro gobernaciones ya estaban sepultadas varios días antes de las elecciones. Los nuevos Rocha del partido de gobierno se encargaron de resignar cuatro gobernaciones de las que por lo menos tres daban por descontadas. En política, antes de abrir la boca, hay que conocer de su ciencia, hay que saber que sobre todo en un país como Bolivia, la gente es rebelde y no ha de morder el anzuelo con dislates como los de marras. Se debe analizar las consecuencias sobre los votantes blandos y sobre los posibles respecto a los que hay que acometer con un discurso más allá de las pasiones y los rencores de clase como los que ocasionaron el desastre. Hay que hacer un previo análisis sobre los costos y beneficios de las palabras que se pretende pronunciar. Todo discurso político, sobre todo oral y más aún si es de campaña electoral, debe estar acompañado de técnica; solo así se llega a tocar la sensibilidad del elector.
Existe evidencia de que, en Tarija y La Paz, principalmente, muchos potenciales electores pero exentos de obligación de votar, acudieron a las urnas solo para hacer sentir su enfado con los insolentes discursos del partido gobernante.
Gracias, dirán los Quispe, Condori, Ritcher y Montes que tuvieron en los antedichos, sus mejores jefes de campaña.
Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.
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