Hasta que me enteré del fallecimiento de mi amigo y cofrade “Taura” Oscar Urenda, un verdadero héroe en la lucha contra el Covid en Santa Cruz, no pensé que la peste china –dizque producto de la ingestión de un murciélago enfermo– pudiera estar tan cerca de nosotros y que la Parca acechaba disfrazada como virus, lista con su guadaña en alto para matar.
En mi Diario de la Peste, que lo empecé a escribir el 23 de marzo del 2019, contabilizaba de los escasos contagios y muertes que se producían en Bolivia y en Santa Cruz; mas, sobre todo, de cómo había cambiado nuestra vida con la cuarentena. Como no eran muchos los decesos; parecía que la plaga tendría compasión con los bolivianos, tal vez porque ya estábamos muy sufridos por otros avatares. Sin embargo, cada día que pasaba se producían más enfermos, más víctimas, y la gente se aterrorizaba, en algunos casos hasta el extremo de protestar y rechazar la mínima proximidad de un apestado. El miedo hizo escarnio de uno de los sentimientos más nobles que tiene el individuo, que es el de la solidaridad.
Sin embargo, el grueso de la población cruceña y boliviana, los médicos, enfermeras, ayudantes de los hospitales, policías, militares, la gente del pueblo, hombres y mujeres de toda condición, mostraron coraje –y lo muestran hoy– para colaborar contra la peste, para encerrarse y proteger a los suyos y a los de la calle, para perder hasta sus fuentes de trabajo, para recortarse en gastos, y muchos, seguramente, quedaron separados del ser amado.
Jorge Soruco Villanueva, la entrañable Marita Siles de Mazzi, David Terceros Banzer, el señorial Oscar Coronado, Jorge Lema Patiño, Arturo Bowles, “Paico” Roca, Eduardo Berdagué, mi primo segundo Mario Suárez Calbimonte, tarijeño y cantor él, y hace pocos días mi querido primo hermano Oscar Kempff Bacigalupo, partieron dejándonos abrumados por el dolor. La lista de amigos, parientes y conocidos a quienes se ha llevado el Covid, si la nombrara, no dejaría espacio para escribir nada. Menciono a las personas que en este momento vienen a mi memoria, pero hay muchos, muy queridos, que no puedo recordar y que mañana ya será muy tarde para citarlos.
Con Jorge “Cato” Soruco y Davico Terceros hablaba permanentemente sobre el Covid. Estábamos de acuerdo con que no había lugar a bromas y menos a descuidos. Sabíamos que había que protegerse conforme a lo que indicaban las autoridades sanitarias. Y así lo hicimos. Sin embargo, porque lo quiso el destino o lo dispuso el Altísimo, yo soy el único de los tres que ha quedado en este mundo, hasta ahora, hay que decirlo.
Davico se cuidaba mucho, obedecía las normas, pero he ahí que un día me enteré que lo habían evacuado a San Pablo con Covid. Dijeron que allí había superado la enfermedad, que regresaría pronto a su casa de Las Palmas, pero no sucedió lo que tanto deseábamos, lo venció la peste y dejó llanto en su familia. Con “Cato”, mi camarada de trabajo y también de andanzas durante más de medio siglo, su final fue similar. De haber pasado una larga temporada de la cuarentena en su propiedad de Peji, feliz como nunca lo había sido antes, viajó a La Paz y sintió los síntomas que generan esos virus cocinados en Wuhan. Fue a la clínica, no hubo necesidad de intubarlo, se recuperó, le avisaron que sería dado de alta, y dos noches antes de salir hacia su casa le faltó el aire y falleció abrazado de su hijo. Todo esto ha sido conmovedor al extremo, inaudito.
Y el domingo pasado falleció en La Paz mi primo hermano Oscar, el mayor de los hijos de mi tío Rolando Kempff. Mis recuerdos con él son más que todo de la niñez, porque en la edad adulta cada uno tenía actividades distintas y fuera del país. No olvido de alguna vacación en Buen Retiro, con tío Noel y los abuelos. Ni los cumpleaños, con paella, de tío Rolando y tía Lolita. Pero también de cuando éramos compañeros de curso en el Colegio Alemán de La Paz, y nuestros profesores, algunos ex combatientes de la guerra todavía con ganas de pelear, nos daban cachetadas y reglazos, porque, por nuestro apellido alemán, no comprendían cómo podíamos ser tan latinos y ariscos a la disciplina. Eran otros tiempos, cuando el “herr” profesor no era el “profe”, como hoy.
Nos preguntamos: ¿Llegará la vacuna para todos? ¿Será solo para quienes se porten políticamente bien? ¿Este año estarán a salvo nuestros hijos? ¿O será el 2022? ¿O el 2023? ¿O un regalo del Gobierno para el Bicentenario? Esperemos que, si la vacuna ya está salvando vidas en el mundo, no la recibamos cuando el virus se haya ido, cebado por fin, con tantas víctimas bolivianas.
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