José Manuel Cucalón
La pandemia que nos ha tocado vivir, padecer y gestionar ha marcado y marcará los nuevos tiempos tanto en la clase médica o sanitaria en general como en la misma sociedad española. A más de un año viviendo solo de coronavirus y Covid-19 en nuestro mundo, nos hemos tenido que adaptar a todo tipo de cambios para poder sobrevivir a esta enorme catástrofe sanitaria en lustros, nos damos cuenta de que nos estamos acostumbrando a esta sanidad de guerra o de excepción en donde no se satisface, ni de lejos, las expectativas de salud de nuestra población y, con un coste emocional muy alto, ni siquiera las de los profesionales de la Salud.
Y entonces ¿qué hay que hacer? Como en el famoso chiste nos preguntamos si hay alguien más ahí fuera, en relación con nuestros directores, a la espera de que los que tienen la responsabilidad de adelantarse a los acontecimientos y valorar los posibles caminos a seguir, están siempre y eternamente gestionando lo pasado, los problemas del hoy, sin ver ni un ápice de futuro, ni un atisbo de planificación futura ni una pizca de anticipación y prospección. Y todos sabemos que esto es inercia. Nos estamos dejando llevar por una sanidad que no nos gusta, que no responde a nuestras expectativas como proveedores de salud y mucho menos responde a las expectativas de la sociedad, ya denunciada hasta la saciedad.
Que esta pandemia ha supuesto cambios en todas las esferas de la gestión sanitaria es ya un hecho irrefutable, pero que debemos adelantarnos y ver qué hay que mantener y qué hay que erradicar, es también un claro clamor de los profesionales y ciudadanos. Que la medicina digital debe implementarse sin dilación y sin excusas es un hecho real y que debe, inmediatamente, recibir fondos extra para su adecuada y general implantación en todos los escenarios sanitarios de nuestro país. Que las agendas y su gestión deben sufrir modificaciones adecuadas a la demanda y las necesidades de nuestra población, respetando los ejes de autogestión, adecuación a la demanda, optimización y eficacia en los resultados de atención al ciudadano es una obviedad.
La realidad es que hablamos continuamente de resiliencia como la capacidad de renacer o rehacerse de este golpe y volver a la normalidad, si es que se puede denominar así a lo que teníamos antes de la pandemia, una vez visto el otro lado. No se les quita de la cabeza esta acepción, resilencia, a nuestros políticos y gestores, lo que indica que están pensando en quitarse de encima esta pandemia y volver a gestionar como antes de ella. Tal vez deberían pensar más en reacción como término más preciso y adecuado y que indica la capacidad de adelantarse a los problemas y establecer medidas para solucionar problemas y manejar los nuevos retos del futuro. Y mira por dónde, reacción es lo que les falta. Dónde están los gestores de la mesogestión que deberían ir adelantándose a los acontecimientos y establecer estrategias de solución a los problemas actuales y acometer reformas que nos lleven a nuevos caminos tras lo aprendido. En ninguna parte. Cada día los profesionales recibimos cientos de resoluciones, dictados u órdenes que adornan lo que ya estamos haciendo todos. La vacunación es un tema de actualidad, pero ya tenemos la información imprescindible para gestionarnos desde los centros de salud. Dejemos trabajar a los que deben y saben hacerlo y verán cómo lo hacen correctamente, como siempre. Preocúpense de dotar de medios que nosotros lo haremos realidad. Nuestros ciudadanos lo saben. No depende de ustedes, sino de los de abajo. Volvemos al chiste de la barca, pocos remeros y demasiados directores.
Reaccionen, señores, reaccionen. Valoremos lo que se debe mantener, como la consulta no presencial convenientemente desglosada: renovación de recetas, informes o información al profesional, problemas menores y dudas sobre la patología, diagnóstico o tratamiento, revisión de pruebas complementarias y otras. Todo ello mediante la actualización de las herramientas digitales adecuadas que no dependan únicamente del teléfono, herramienta que terminará por matar al ruiseñor. Volver a gestionar de manera adecuada a cada situación la demanda presencial y domiciliaria. Tarde o temprano acabará la pandemia para convertirse en epidemia estacional y necesitamos volver a realizar todas y cada una de nuestras funciones y responsabilidades como la medicina preventiva y promotora de salud, revisión y control de las patologías crónicas con todas las pruebas en activo, espirometría entre ellas, valoración de nuestros pacientes y usuarios en el día a día, volver a mantener una relación médico paciente fructífera y satisfactoria, etc.
Tras esta pandemia viene un escenario de incertidumbre cuando no de pavor. Imagine las listas de espera diagnósticas y terapéuticas que se nos vienen encima. Imagine a la población con miedo a asistir a consultas más concurridas, a quitarse la mascarilla, a acercarse a otro ser humano tras esta experiencia viral. Cómo vamos a enfrentar los nuevos problemas que se nos van a plantear.
Inviértase en este sentido para que los profesionales puedan gestionar estos problemas venideros. La certidumbre de escasos medios, escasos fondos y escaso personal ya la tenemos, y ahora ¿cómo invertimos en lo que nos viene? ¿Con qué dinero? Como siempre habrá que sacar del armario el coste-oportunidad y la eficiencia. Esa que casi nunca tiene en cuenta a la Atención Primaria frente a la novedad tecnológica cegadora.
Reaccionen, señores, reaccionen. Resiliencia sí, pero con capacidad de reacción. Adelántense a los acontecimientos, que los conocemos y advertimos todos, y pónganse las pilas o diremos de nuevo, pero ¿hay alguien más ahí?
Dr. José Manuel Cucalón, Vocal de Atención Primaria Rural del Colegio de Médicos de Zaragoza.
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