La espada en la palabra
El otro día, entre tazas de café, charlábamos con Franco Gamboa R. sobre lo jodida que anda Latinoamérica y específicamente Bolivia. Hablábamos desencantados, como Zavalita y Ambrosio en La Catedral, amargados por el entorno gris que nos rodea. Bolivia a la deriva y jodida. Su sociedad jodida también. Instituciones funcionando a medias. El país sumido en la irracionalidad. Y, para rematar, educación mala. Franco abarcó un 80 por ciento de su charla en lo mal que anda la educación superior. Claro, él, graduado en Yale, tenía parámetros de comparación muy superiores a los de la educación latinoamericana.
A un escritor no se le puede pasar por la cabeza emprender una vida ejerciendo su oficio aquí y ganando lo suficiente para llevarse algo a la boca. No solo porque la turbulencia política mina el campo para las artes y las ciencias, sino —sobre todo yo diría— porque la gente no es dada a la lectura. Los tirajes de libros, por consecuencia, son reducidos y la industria editorial boliviana no tiene brazos de largo alcance. Las universidades, por otra parte, no construyen sólidas redes académicas y laborales, ni tienen en sus programas mentores o guías que formen parte de la vida del estudiante.
“No dejes de escribir”, yo le decía, frente a su desencanto. “¡Debes mirar afuera, irte!”, me decía él. “Vamos mal”, coincidíamos ambos, después de cada sorbo de café, mirando la calle, los autos, la gente que pasaba a nuestro lado. También, como Santiago al salir de La Crónica, sin amor.
Uno de los temas de nuestra conversación fue: ¿qué dialéctica podría explicar el desarrollo histórico de la por demás singular sociedad boliviana? A lo largo de la historia boliviana, pues, se enfrentaron diferentes dicotomías, binarismos sociales, económicos o políticos que bregaron con saña y furia: militaristas incivilizados contra patricios institucionalistas, conservadores contra liberales, liberales contra republicanos, republicanos y liberales contra militares socialistas, izquierdistas y marxistas contra oligarcas y librecambistas, nacionalistas y proteccionistas contra librecambistas y liberales. Y hoy: populistas y progresistas contra liberales y conservadores. Franco me sorprendió al decirme que ninguna. Que solamente encontró una que puede ser una herramienta sociológica para estudiar con algo de rigor y exactitud nuestra historia, y que quizá hasta ahora ningún historiador ha utilizado: la dialéctica de pendejos y cojudos. Gamboa trabajó este razonamiento en su libro Buscando una oportunidad: Reflexiones abiertas sobre el futuro neoliberal.
El pendejo entendido como una persona astuta, oportunista, que sabe de relaciones públicas y utiliza el compadrazgo o el amiguismo para obtener, en tiempos reducidos, situaciones favorables, poder, prestigio o dinero; en palabras sencillas: viveza criolla. El cojudo, como un personaje vacío de espíritu e intelecto, sin ningún tipo de mérito académico o de experticia, pero que ocupa altos puestos en la cosa pública. Pendejos y cojudos librando una fiera batalla desde 1825. Peleando en bandos antagónicos, pero, a veces, muy pocas, aliados en una sola trinchera contra un gobernante o político racional, noble o inteligente, como José María Linares o Tomás Frías. Y tumbándolo… La tipología sociológica de la mencionada dialéctica es profunda, no pretendo hacer ninguna caricatura. Y es que puede ser verdaderamente útil para comprender con un esquema único el desenvolvimiento de la totalidad de la historia de Bolivia. Aunque, a veces, como ya se ha dicho, ambos elementos se unen y batallan mancomunados, o, peor aún (y ha habido y hay muchos casos), se unen en una sola persona: o sea un astuto ignorante. Un pendejo cojudo.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.
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