A Evo Morales le tocó gobernar el país de las vacas gordas. Inició su administración con una deuda externa por debajo de los 3.500 millones de dólares. Con bonanza económica gracias a la exportación de hidrocarburos con precios muy altos. A Luis Arce le tocó el de las vacas flacas, que reflejan los tiempos de la pobreza y austeridad. Con una deuda externa que sobrepasaba los 11.000 millones de dólares. Esa que fue acumulada durante los últimos 14 años. Con los precios de los commodities por los suelos, como consecuencia, en parte, de la pandemia que sacude aún el mundo. En 2014 ya se percibía esta situación.
Entre el 2005 y 2014, inclusive después, las arcas del Estado estuvieron llenas de billetes verdes, como resultado del boom gasífero en el mercado internacional. Recordemos, que el subsuelo boliviano, a principios del año 2000, ofrecía cerca de 60 trillones de pies cúbicos de gas natural. Una de las más grandes reservas energéticas y ahora se nos agota desgraciadamente. Entonces se dijo que vivíamos en “Bolivia Saudí”, por la gran cantidad de gas que contaba el país. Además, que algunos gobiernos y medios de la región se referían, con mucha insistencia, al “milagro boliviano”, que no era otra cosa que el reflejo de las exportaciones, en tiempo favorable de commodities.
Ahora las cosas han cambiado. El país está en una de las peores crisis económicas. Se tuvo que recurrir a la chequera de los ricos, que son unos cuantos, obviamente, para cubrir el presupuesto de ciertos ministerios y algunos gastos de la administración pública. No había de dónde más sacar dinero.
La prueba de fuego del actual régimen es detener la pandemia que aflige a la ciudadanía desde marzo de 2020. El país, si se logra ese objetivo de interés común, retornará a la normalidad y, con el ánimo en alto, contribuirá a la reactivación económica. Es que la confianza, la seguridad y la certidumbre, son elementos fundamentales para avanzar hacia mejores días. Será un proceso lento y largo. Mientras seguiremos debatiéndonos en la crisis económica y la emergencia sanitaria.
Pero la vacuna llega a cuenta gotas, por la gran demanda mundial. Entre tanto las víctimas del Covid-19 aumentan en el país. Y no sólo está en la agenda gubernamental el caso del coronavirus, sino la crisis económica causada por los bajos precios de los hidrocarburos.
La esperanza para sobrevivir a tiempos adversos radica en aquella vacuna, que tendrá que ser inyectada a los compatriotas, hombres y mujeres, ricos y pobres, de los barrios urbanos y las comunidades rurales del territorio patrio. Es decir, sin discriminación alguna. Sin dejar el barbijo, el distanciamiento y lavado de manos, que aprendimos el pasado año. Sólo ese fármaco, tan indispensable en nuestra época, nos permitirá respirar tranquilidad, acariciar la vida y prepararnos para el futuro, cuyos retos son difíciles de predecir. Tendríamos que estar preparados para lo peor. Sólo Dios sabe qué nos aguarda en el venidero.
En suma: pese a nuestras limitaciones, pero con unidad en la adversidad, con amistad en la turbulencia, con reconciliación que supera el revanchismo, estaremos en condiciones de controlar al virus que ha devastado no sólo la vida sino la economía.
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