La espada en la palabra
Hace poco, el presidente Luis Arce, en otro de sus desatinados discursos y declaraciones, dijo que “los países ricos están acaparando las vacunas y a los pobres nos dejan sin dosis”. Una frase muy parecida a la que, a lo largo de la historia, han proferido reiteradas veces los jefes de los países de tercer mundo frente a la bonanza de los países desarrollados. Que el pobre se victimice y eche la culpa —con una cierta dosis de envidia— de todos sus males al próspero, no es cosa nueva.
En mis clases de la universidad, pregunté a mis alumnos qué opinaban sobre la antedicha frase del presidente. La abrumadora mayoría de los jóvenes me dijo que le parecía una salida fácil para disimular la incapacidad de los gobernantes para abastecer de vacunas a la población boliviana. Pero fui más allá: les pregunté qué opinaban de la frase si efectivamente la carencia de vacunas en los países pobres se debiera a la acumulación masiva de los países ricos para sus respectivas poblaciones. Ante este planteamiento, yo me atreví a darles mi opinión: si tenemos dos hermanos, y el uno trabaja duro toda su vida, estudia y se prepara, gestiona bien su tiempo y su dinero, y el segundo despilfarra la herencia de sus padres y además vive entre pendencias y holgando todo el día, ¿tendría éste autoridad alguna para pedir desafiantemente algo de dinero a su hermano el laborioso? ¿Podría cuestionar su prosperidad?
Aunque decirlo no caiga bien a la mayoría, creo que no podría. Y este caso es totalmente análogo al de los Estados. Los países desarrollados y civilizados —y consecuentemente ricos— no tienen ninguna obligación moral y menos jurídica (que no sea una dádiva humanitaria y compasiva) de proveer nada a los países retrasados y pobres. Pues si bien la pobreza a veces se debe a vicisitudes azarosas o injustas, la mayoría de las veces se debe a un pasado de borracheras, imprevisiones e improvisaciones que, en su momento, podía haber sido evitado. Es lógico, entonces, que los países “ricos”, como los llama Arce (yo los llamo progresados o educados), se provean bien ellos antes de donar o vender las vacunas que ellos mismos crearon y que ahora fabrican.
Por tanto, más valiera que, en vez de victimizarse, los países tercermundistas comenzaran a trabajar duro para desarrollarse integralmente, pues ese tipo de manifestaciones como las de Arce, Morales, Correa, Lula y toda la legión de quejosos, no hace otra cosa que rezagarlos más en la carrera hacia la modernidad y el desarrollo. Luxemburgo, un país de poco más de medio millón de personas, territorialmente pequeñísimo, sin litoral y con relativamente pocos recursos naturales, es hoy uno de los más desarrollados, educados y económicamente prósperos.
Yo sé que gobernar un país como Bolivia es difícil. La sociedad boliviana no se contenta con nada y es tan heterogénea que las necesidades de un sector pueden ser calamidades para otro. Pero también sé que nuestros gobernantes de hoy, de uno y otro bando, no son solo corruptos, son además incapaces. Lo vi de cerca en mi corto tiempo trabajando en el Congreso. Lo prueba, además, el hecho de que haya tenido que venir un francés a limpiar las lagunas, los ríos y las áreas verdes de Bolivia, una tarea para la que el Ministerio de Medio Ambiente no hubiera necesitado un gran presupuesto. Solamente iniciativa. Decisión.
El Ministerio de Medio Ambiente se quedó sin hacer algo. Veía turulato la obra del medioambientalista galo. Los extranjeros hacen siempre más, y hablan y discursean menos que los latinoamericanos. El viceministerio de Descolonización tampoco hizo mucho al respecto.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.
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