David Espejo O.F.S.
El 1 de mayo fue consagrado por el congreso de trabajadores de 1889, realizado en París, como “El día de la acción unida y combativa de los trabajadores del mundo por sus objetivos comunes”. Antes, el 1 de mayo de 1836, en la ciudad de Chicago más de 15.000 trabajadores salieron a la plaza Haymarket (del mercado del Heno) con la consigna “A partir de hoy nadie debe trabajar más de ocho horas por día”. Los manifestantes fueron reprimidos violentamente por las fuerzas del orden.
La lucha de los trabajadores de Chicago no era aislada. Los obreros de Europa y Estados Unidos, es decir de los centros industriales más importantes, ante los abusos del régimen capitalista imperante, las masacres obreras, el trabajo abrumador en jornadas de hasta 16 horas diarias, a las que también eran sometidos niños y mujeres, los salarios de hambre, toman conciencia de tal injusticia y se organizan sindicalmente.
Así el movimiento obrero avanza hacia la conquista de mejores condiciones de trabajo, por esto el Día del Trabajo no es de regocijo, sino de acción unida en busca de objetivos históricos.
El trabajo es la ley de Dios, pues Él trabaja desde la creación del mundo hasta el final de los siglos, como también Jesús, el hijo de Dios, trabajó con José en carpintería, haciendo labor productiva. También recordamos al trabajo intelectual para luego convertirlo en trabajo manual a favor del desarrollo de nuestra querida Patria.
El trabajo es una bendición de Dios. Observemos a las abejas, cómo trabajan, y también lo hacen las hormigas, dándonos un gran ejemplo de labor tesonera, que es indispensable para lograr éxitos en la vida.
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