Desde el lunes pasado, dos veteranos políticos han dejado sus altos cargos en el departamento y la capital, para dar paso a nuevos líderes. Se han retirado el gobernador Rubén Costas y el alcalde Percy Fernández y han asumido, por el voto popular, el joven gobernador Luis Fernando Camacho y el no tan joven burgomaestre Johnny Fernández, que llega al municipio por tercera vez.
En toda la República ha habido relevos importantes. En La Paz, El Alto y Cochabamba, cambios trascendentales como en Santa Cruz, seguramente. Pero el espacio de esta página no me permite opinar sobre todo lo acontecido después de las elecciones “subnacionales”, así que de momento me concentraré a lo que ha sucedido en mi departamento, donde, repito, el quiebre ha sido grande.
Reemplazar a Rubén Costas no va a ser una tarea sencilla para Camacho, en vista de que Costas desempeñó un trabajo de artista político en toda su larga gestión en que la sombra y la fuerza de Evo Morales caía sobre él con amenazas y demandas judiciales. Siempre me recordó a Penélope tejiendo de día y destejiendo de noche, engañando a quienes lo acosaban, para que Santa Cruz no sucumbiera completamente ante los propósitos “non sanctos” del Estado Plurinacional. Rubén tuvo que zigzaguear y demorar los embates masistas que aspiraban el control en Santa Cruz. Recibió muchas críticas, cosechó enemistades, y también muchos apoyos; pero se ha retirado exitosamente, con toda dignidad, habiendo dejado una importante obra administrativa, golpeado políticamente por todos lados, pero en pie.
El caso del alcalde Percy Fernández ha sido distinto, porque él no se hizo conflicto con Evo Morales y su claque. Con otro estilo que a veces nos hacía indignar a los cruceños, lo “enamoró” al Jefazo. Le contó cuentos divertidos y le sobó el lomo hasta amansarlo. Y amansar a Morales era peor que montar a un bronco en un rodeo. (“¡Dobla la cerviz fiero sicambro!”). Con más luces que sombras Percy Fernández se marcha convertido en un ícono cruceño por donde se lo mire, que transformó a la vieja ciudad en una urbe más moderna, aunque plagada de problemas por su desmedido crecimiento. Y no le faltaron ganas de seguir en el timón si no hubiera sido que los años hicieron su efecto. Angélica Sosa tuvo que tomar la posta, luchando ferozmente para desalojar los mercados invadidos por los informales que se comían a la ciudad como un tumor maligno que se reproduce, para que la gente se cuide de morir con el Covid, pero recibiendo acusaciones de toda índole. Fue un oficio sacrificado el que tuvo.
Pues hoy tenemos a Luis Fernando Camacho como nuevo gobernador. Un cuarentón valiente, atrevido, que ahora tiene que mostrar sus dotes de estadista, porque manejar Santa Cruz con tantos problemas y acechanzas es como guiar un Estado. Sin experiencia política, tenemos que confiar en que Camacho eche mano de las mejores personas que lo han apoyado, desde que, con la biblia en la mano, echó del Palacio a Evo Morales en las históricas jornadas de octubre y noviembre del 2019, cuando el cacique cocalero huyó despavorido, olvidando su “patria o muerte”. Ahora tiene que demostrar su entereza, pero prudentemente. Un principio de la guerra es no enfrentar al adversario cuando se está en inferioridad de condiciones. Hay que defender el departamento de los abusivos avasallamientos de tierras, del narcotráfico, de las quemas, pero, sobre todo, volver sobre la exigencia de unas autonomías reales, un pacto fiscal necesario, y tratar de acabar con los estragos que nos produce la peste china. Para eso, su lucha contra el masismo insertado en la Asamblea será diaria. Pero lo más peligroso vendrá desde La Paz, desde el Palacio, donde quien ahora es inquilino obedece a ojos cerrados a Morales, quien a su vez decide a quienes se ayuda y a quienes se funde. El triste peregrinar de empresarios cruceños a pedir auxilio al soberbio y despectivo jefe cocalero en su guarida en el Chapare, es una lamentable muestra de lo que no debería volver a suceder.
En cuanto al alcalde Johnny Fernández, municipalista de toda su vida, tiene la oportunidad de redimirse ampliamente, aunque la falta de recursos y las deudas lo van a agobiar. Fernández es hábil, sabe hacer amigos en los gremios, al parecer tiene ideas de modernización muy buenas, y a primera vista se está rodeando de colaboradores competentes. Es una señal de inteligencia. Igualar el carisma y la popularidad de Percy es mejor no intentarlo, pero con que mejore el transporte, se obtenga logros en el campo de la salud y la cultura, se acabe con los agujeros callejeros y los canales que provocan inundaciones, pero, sobre todo, se desaloje del centro de la ciudad a los miles de vendedores ambulantes que se han tomado las calles como propias, el hombre habrá cumplido y la ciudad no le exigirá más. La tarea no es sencilla, pero es indispensable.
Les deseamos tanto a Luis Fernando Camacho como a Johnny Fernández la mejor de las suertes.
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