Rodolfo Becerra de la Roca
En Bolivia todos bailan, chicos y grandes, hombres y mujeres. Demás está decir que nuestras danzas son múltiples y multicolores, con ritmos y música tan bellos que podemos asegurar son variados y singulares, que acaso solo nos gana la hermosa marinera peruana. La cueca con matices y movimientos gráciles, según la zona, desde muy alegres y bullangueras hasta los cadenciosos y delicados pasos que se asemejan a la danza clásica por su elegancia y dulzura. Tenemos el salai, tan fascinante con sus zapateos y su gracia, los picarescos bailecitos y el huayño, tan pronto triste y alegre como el alma del altiplano, el taquirari colla y camba que nos deleita con su música de estudiantinas. En fin, está la llamerada autóctona, los wacatokoris, la alegre y acompasada morenada, la saya afroide, la fastuosa diablada y los varoniles tinkus y caporales y tantos otros que nos arroban con el donaire y belleza de la mujer boliviana. Todos esos bailes los países vecinos no cejan de apropiarse por falta de ritmos propios, hasta los peruanos que también tienen una variedad de folklore hermoso.
Pero hay algo que los bolivianos descuidamos y es el canto. Bolivia debe también cultivar la canción, que con valor más superlativo engrandece a los pueblos que se elevan a niveles de mayor sublimidad. El canto engrandece el espíritu, inflama el valor, despierta el patriotismo y enardece el civismo.
Y de toda esa gama de canciones debe haber una que nos invoque al amor a nuestra Patria, la devoción por nuestra tierra y sea la inspiración para ser mejores en trabajo, en estudio y nos inculque disciplina y honradez.
Acaso no fue una sola canción la que levantó al pueblo francés: la Marsellesa, que, irradiando en otros países, aun en los centros educativos de Bolivia, ¿se entonaba tanto como el himno nacional? ¿No fue que cantando el famoso coro de los esclavos de Nabucco de Giuseppe Verdi, que el pueblo italiano rompió sus cadenas de Austria para consolidar su nación? ¿Los pueblos germanos no cantan? En esa simpática región española que es Asturias, todos cantan.
Esto requiere el pueblo boliviano para salir de su atraso y adquirir un porte de país fuerte, valeroso y próspero. Necesitamos un genio de la noche –del que narra Sthendal– que nos componga esa canción redentora que nos haga vibrar en nuestras fibras más íntimas y nos empuje a situarnos a la par de otras naciones, sin prejuicios y sin complejos, ¡con toda altivez! Porque la cueca “Viva mi patria Bolivia” no pasa de ser una tonada folklórica que no tiene la fuerza de esa canción mágica que anhelamos.
Todos los establecimientos educativos cuentan con un profesor de música. ¿Cuál es su misión? ¡Los alumnos ni siquiera saben cantar a viva voz el himno nacional! Si todos ellos tuvieran la obligación de enseñar a cantar, aunque sea los himnos militares, que hay muy bellos, estaría cumplida su misión. Si a esto logramos tener la inspiración de ese “genio de la noche”, todo el pueblo, la niñez y la juventud cantaría a voz en cuello esa composición que nos exalte y nos libere de tantos complejos; y, esto es lo lindo, “El pueblo aprendería a cantar” una canción que nos inspire a la prosperidad, a la unión entre bolivianos ¡y a amar nuestra Patria!
De este modo, la labor de los profesores de música valorizaría su actuación, preparando un festival anual de canto en todo el país, en una fecha y hora determinada, el día de la juventud, por ejemplo.
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