En el curso del primer año de los ataques del coronavirus, la población boliviana ha mostrado dos facetas, dos caras que se hacen irreconocibles y difíciles de entender: la que se da cuenta perfecta de los grandes cambios habidos en todo el mundo y la de los que se hacen o pretenden ser ignorantes de todo. La población, que es la víctima propicia de las pandemias vividas, soporta las consecuencias. Son los políticos, casi siempre sujetos a intereses y conveniencias creados, que no creen o no quieren darse cuenta de las realidades que se vive o, mejor dicho, de las verdades que asoman por todo lado y que han trastocado la vida del país y han agravado sus problemas, angustias y desesperanzas.
Cuanto más vivimos bajo los esquemas democráticos, más deberíamos darnos cuenta los bolivianos de la calidad de políticos que tenemos: soberbios y creídos, egoístas y consentidos, ególatras y desconfiados, orgullosos y petulantes; en fin, cada uno cree ser lo máximo, el único que tiene solución para todos los problemas porque él sabe todo y posee las virtudes más excelsas y dignas para que el país los tenga como guía y gobierno. Es tal la soberbia en sus comportamientos que da lugar a más decepciones y frustraciones de la ciudadanía que desorientan, confunden y complican los criterios, pensamientos y sentimientos de buena parte del pueblo. Sin embargo, si cada uno hiciese un leve repaso de conciencia, encontraría cuán poco es y, los que han pasado por los poderes del Estado, comprobarían cuánto daño le han hecho al país cuando tenían los medios y modos para servirlo; comprobarían, además, cuánto se han servido de la nación y hoy hacen gala de virtudes que están muy lejos de tener.
Estos son –así, “grosso modo”— los criterios, conceptos y creencias del pueblo que ha comprobado en carne propia cuánto daño se hizo cuando pudo hacerse mucho bien. Los otros, los políticos que no tuvieron poder, tienen su parte de culpa porque permitieron el reinado de las políticas del “dejar hacer y dejar pasar” y, lo más sensible: no censuraron, ni criticaron, ni condenaron, ni protestaron —aunque levemente— por lo que se hacía y hasta mantuvieron silencio en el Parlamento por la aplastante mayoría del oficialismo: Como oposición constructiva que se decía que eran, no mostraron solución o remedio a los graves problemas del país y hasta dejaron que se dilapide sus bienes financieros, comprometiendo y complicando seriamente su economía.
¿De qué méritos se sienten revestidos los que creen contar con la santidad de San Martín de Porres? Pues, según el sentir popular, ni las derechas ni izquierdas, de centro o cualquier posición e ideología han mostrado ser dignos de estar a la cabeza de las urgencias y necesidades del país que, en todo caso, requiere de partidos políticos renovados, conscientes, honestos, honrados y responsables, partidos que hagan honor a sus propios programas y declaraciones que, según demuestran, han quedado en los simples papeles.
Hoy, cuando es más crucial la guerra contra el coronavirus, cuando se lamenta la muerte de miles de personas y son muchos los casos que padecen el mal y cuando las pérdidas de todo tipo son cuantiosas e imposibles de ser reparadas en el inmediato futuro, se prueba que todo ha cambiado y si los componentes humanos del país y hasta del mundo no nos sometemos a cambios, el futuro cercano y lejano es de imprevisible gravedad; es, sobre todo, imprevisto, cruel y amargo para las futuras generaciones.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |