La espada en la palabra
Decía Alcides Arguedas, ya casi al final de su Pueblo enfermo: “Un hecho pequeño, pero admirable caracterizador de ese estado de espíritu, es el de que una de las más tenaces preocupaciones de todo nuevo funcionario de alta o baja categoría, es la de hacerse retratar con todas las insignias de su cargo: el presidente, con su banda tricolor y su uniforme de general; los ministros, con sus bastones emborlados; los prefectos, con su faja a la cintura; los plenipotenciarios, encargados, attachés, etc., etc., con sus casacas bordadas; el ministerial, con su pluma en ristre; los generales, con sus sables desenvainados y en actitud guerrera; los diputados, de frac y guante blanco, y así hasta lo infinito”.
Poco de eso ha cambiado en la Bolivia del Siglo XXI, un país en que la hojarasca, el chisme, lo vistoso, es lo que sigue primando cuando hay recambio de autoridades públicas. Un país en el que las mentalidades profundas se transforman positivamente a la velocidad de un caracol. Mucho de ello se debe al sensacionalismo mediático fomentado por los medios de comunicación (sobre todo la televisión) y atizado por las personas que opinan en redes sociales.
Los oropeles, el boato, los listones y las espadas siguen siendo, desde los días del Alto Perú, la primera preocupación de las autoridades nuevas. No poco contribuye a este efectismo sonoro la ingenua impresión que siente la ciudadanía cuando ve, por ejemplo, una fotografía en la que un gobernador indígena se muestra al lado de sus padres vestidos humilde y pobremente. Más importa el mensaje de una foto o una caricatura que la propuesta o el programa de tal autoridad o la conformación de su gabinete. No importa mucho que ejecute bien su trabajo, sino que sea una cuota de género, de etnia o de lo que fuere.
Pero gran parte de culpa la tienen los medios de comunicación.
La cobertura que dan los medios a las sandeces que profiere un expresidente o al tomatazo sobre el cuerpo de un alcalde es abrumadoramente más abundante que la que indaga qué ocurre con la Academia Diplomática y sus graduados o el porqué de la designación de un desconocedor de la diplomacia como embajador de Bolivia ante la OEA. Es por cosas como ésta que los medios informativos impresos, televisivos, radiofónicos y digitales serios deben hacer un autoanálisis, pues difundiendo ese tipo de información perpetúan viejas manías de los hombres públicos y embrutecen a la opinión pública, que se enfoca en frivolidades de poco o ningún valor. Entiendo que el imperativo del mercado obligue a los medios de comunicación a dar ese tipo de información, pero los medios son actores fundamentales en lo concerniente a la formación de una opinión pública despierta, cultivada y no trivial.
Entonces, en este problema hay tres actores: los medios de comunicación, los políticos y la ciudadanía. El que tiene menos culpa, creo, es el tercero.
La nueva Alcaldía paceña, en su primer día de gestión, eliminó toda la línea gráfica ya institucionalizada de la ciudad de La Paz. Además de haber improvisado un desagradable logotipo, estampó en él —con estilo del partido azul— sus propios colores. ¿Por qué no dar continuidad institucional a un logotipo? ¿Por qué reproducir pautas que desmedran las instituciones? Este hecho puede parecer baladí, pero no lo es, como tampoco lo es el que se haya cambiado el escudo de armas por un símbolo indígena. Dice mucho de la actitud con la que ingresan los nuevos funcionarios en una institución del Estado. En ese caso, la prensa y la opinión pública hacen muy bien criticando y hasta repudiando. A la clase política le falta mucha madurez.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.
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