Registro
Se ha vuelto casi imprescindible consultar a Google cuando necesitamos un dato rápidamente. Google adivina lo que queremos en cuanto colocamos las primeras letras. Es una operación de un abrir y cerrar de ojos que nos lleva a un mundo de información. ¿Cuántas provincias o regiones hay en Italia? ¿Cuánto demora Júpiter en completar su órbita alrededor del sol? ¿Qué es el TIPNIS? ¿La papalisa? ¿Quién es Justa Cabrera? ¿Filemón Escóbar? ¿Leopoldo Fernández? ¿Casta Chávez Cortez? Antes recurríamos a la enciclopedia, preferentemente a la Británica que hace un mes pasó a mejor vida tragada en el ciberespacio, y ya era una tarea que consumía un tiempo precioso y sólo se actualizaba anualmente. Ahora no. La internet y sus herramientas de búsqueda han colocado las grandes bibliotecas del mundo al día y al alcance de las yemas de los dedos. Historia, imágenes, mapas, archivos y periódicos, todo material público impreso. Ahora sí el mundo es un pañuelo y el cielo es el límite.
La electrónica ha hecho crecer exponencialmente nuestras posibilidades de búsqueda e investigación. La historia del conocimiento humano podría dividirse en antes y después de Google, la herramienta por excelencia de búsqueda en la internet (lo siento, Microsoft. Para mí es femenino, pues se trata de la red, de su nombre en inglés: net). Es el medio universal del saber que fluye ante nuestros ojos, vista y oídos.
En agosto de 2007, el año más próximo que encuentro disponible, gracias a… Google, cerca de 800 millones de personas mayores de 15 años conectadas a la Internet (casi toda la audiencia mundial internauta de entonces), habían realizado más de 61.000 millones de búsquedas. Más de 2.000 millones de búsquedas por día. De esos 61.000 millones, más de la mitad (aproximadamente el 60%) se realizó a través de Google. Más de un cuarto del total provino de América del norte; menos de un décimo (apenas un 7%) se originó en América Latina.
Es tan grande e intenso el fenómeno que a los usuarios frecuentes de la red empieza a volvérseles difícil leer libros o concentrarse en lecturas impresas prolongadas. Los ojos y la mente tienden que buscar los “links”, los “hipertextos” que lo llevan a universos de lectura paralelos mientras en la pantalla pasean los ojos por un tema, por una novela, por un cuento. En los textos impresos se habla con frecuencia de cosas, lugares, personas y episodios. En los textos electrónicos los enlaces llevan al lector a esos lugares, a conocer aquellas cosas y a informarse sobre personas y episodios. Algunos lectores han perdido la habilidad de leer libros. En un reciente y formidable artículo en The Atlantic Monthly un escritor confiesa que no podría leer más “La guerra y la paz”, de Tolstoi, o cualquier obra de magnitud semejante, pues no podría consumir dos o tres páginas sin detenerse y buscar alternativas o paralelos como los que ofrece la lectura en la red, abandonando, en el proceso, la lectura original. Y algunos especialistas creen que el estilo de lectura en la red promueve la rapidez al mismo tiempo que la inmediatez, todo a costa de la profundidad y reflexión que acompañaban la lectura de textos extensos y densos.
Las nuevas tecnologías han vuelto al mundo un lugar abierto. Nada de lo que ocurre en una latitud pasa desapercibido en las otras. Es una ventaja para la democracia y una desventaja para quienes la conculcan.
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