Yuri Mirko Ríos Madariaga
En abril pasado, un restaurante concurrido de la ciudad de Cochabamba fue el escenario de la siguiente anécdota: un señor de mediana edad se acercó a la mesa que compartía con mi familia, vendía juguetes elaborados con restos de botellas PET y tapas plásticas. Compré un coche de carreras que me llamó la atención por su hábil construcción, no sin antes percatarme de la existencia de algunas miradas de desaprobación que seguramente cuestionaban el que alguien pudiese interesarse en cosas hechas de “basura”, mas no me importó.
Del suceso anterior saqué dos conclusiones. Primero, la lucha por la vida que aviva el sano ingenio humano en esta sociedad consumista, egoísta y cruel. Y segundo, el ejemplo de trabajo y honestidad digno de ser imitado.
El universo se rige por ciclos y nuestro planeta con todos los seres vivos y la materia inorgánica que lo compone, no es la excepción. La Tierra gira en torno al sol y completa un ciclo en 365 días. La inclinación del eje terrestre plasma las cíclicas estaciones del año, esenciales para muchas formas de vida. La vida tal como la conocemos depende del adecuado equilibrio de los ciclos del agua, del carbono, del nitrógeno, etc.
Los seres vivos experimentamos el célebre ciclo de la vida, inculcado desde primaria. Nuestro organismo a nivel celular marcha gracias a ciclos críticos como el de Krebs, cuya misión principal es generar energía; una leve alteración en cualquier reacción enzimática ocasionaría anomalías incompatibles con la vida.
El “homo sapiens”, involuntariamente rompe o altera los ciclos naturales al producir con la industria infinidad de sustancias incapaces de degradarse e incorporarse a alguno de estos ciclos de forma rápida y apropiada; pues demoran meses o miles de años en hacerlo. La acumulación de basura -expresión máxima del consumismo- ocasiona serios problemas ambientales como la contaminación y la destrucción de los frágiles ecosistemas que quiérase o no, conducen a la extinción de especies animales y vegetales que quizás ni siquiera sabíamos que existían; además de constituirse en fuente de infección para diversas enfermedades.
Ciertos derivados del petróleo como el poliestireno, más conocido en el país como plastoformo -empleado entre otros, en envases para guardar o llevar comida “chatarra”- nunca volverán a formar parte de la madre naturaleza, lo que equivale a robarle sus preciadas riquezas. Nuestros antepasados jamás se hubieran imaginado que se pudiese comprar algo para tirarlo después de ser utilizado sólo una vez.
Los tiempos han cambiado y se han vuelto hostiles, ello amerita un cambio en la conducta personal que integre con apremio acciones como reciclar y preciclar al cotidiano vivir. Reciclar es usar repetidas veces un producto, también puede dársele un uso diferente para el que fue diseñado al modificarlo, es decir, ampliamos su vida útil. Preciclar es pensar por anticipado a comprar productos duraderos o bien puedan reutilizarse, con el fin de minimizar la cantidad de basura. ¿Será necesario que cada año tengamos que comprar celulares y computadores nuevos para botar los “viejos”?
Estos aparatos cada vez más pequeños y ligeros, llevan consigo una enorme y pesada carga de crímenes e injusticias de lesa humanidad. Sepan que para fabricarlos, previamente se esclavizó al prójimo y se masacró animales indefensos…. El futuro del planeta depende de lo que hagamos ahora.
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