Madre no es solamente un nombre, es algo más; tiene un significado sentimental, porque el calor del regazo maternal nos enseña a enunciar las primeras palabras y a formar los primeros pensamientos, orientados por un innato don de la naturaleza. Antes del amanecer se levanta y da de comer a su hija universitaria. Es oficinista y ama de casa -padre y madre a la vez-, merece nuestro más alto tributo de amor, respeto por su sacrificada labor, ternura infinita; por su bondad sin límites se distingue de otras madres cuestionadas.
Merecen agradecimiento la hija o el hijo que brindan a la mujer convertida en abuela cariño, protección y manutención. Ella caritativa cada día dice: mamá, tú ya has trabajado junto a mi padre y deben descansar. Muchos expresan “Mujeres buenas hay muchas, pero tú eres la mejor de todas”. Madre de pelo blanco doblegada por el tiempo, pídele a Dios que alivie tus dolencias, cure tus enfermedades. Ruega a Jesús te otorgue una vejez tranquila, paciente y resignada para no ser estorbo, fastidio y carga pesada para tus descendientes que velan por ti, ya que la vejez parece ser eterna.
El amor de madre es un sentimiento sublime e incomparable. La amamos con entrañable respeto y admiración, la adoramos no sólo por el hecho de habernos concedido la vida o por traernos a este mundo de lágrimas, sino porque desde que nacimos hemos sido protegidos entre sus brazos y alimentados por su leche materna. Nuestro agradecimiento a ella por habernos enseñado con ternura y paciencia a gatear, a dar los primeros pasos, siempre agarrados de sus fuertes manos y balbucir con dulzura la primera hermosa palabra universal: MAMÁ.
Inconfundible como mujer, señora abnegada, gran compañera, verdadera amiga, siempre está predispuesta a conducirnos por el sendero del bien a través de sanos consejos, con ejemplos de ética y moral, normas de conducta y educación. El mejor colegio para una niña es una buena madre. La mujer es el más sublime de los ideales. Dios hizo para el hombre un trono, para la mujer un altar. El trono exalta, el altar santifica. El día que abandonemos este mundo terrenal, Dios nos preguntará: ¿Qué hiciste en vida por tus hijos e hijas?
La mamá está siempre pendiente del cuidado y progreso de cada uno de sus seres queridos, con manifestaciones de cariño y ternura. Advertimos en ella muchas veces preocupación, sufrimiento espiritual y moral, desvelos, rogativas al Señor, cuando alguno de sus hijos está delicado de salud, decaído, triste, con dificultades en oficinas o talleres y lo más preocupante, la falta de trabajo provoca desesperación por no poder llevar el pan diario al hogar, y otros problemas de la lucha por la vida.
Por ello y mucho más, con humildad, agradecemos de corazón la virtud humana del ser sublime de la humanidad: la buena madre, también hay la mala madre. Madres solteras ilusionadas por el bono que les da el Gobierno, chiquillas desilusionadas de las que luego sus bebés son criados por los abuelos. Madres en los asilos y casas de reposo, en las cárceles. Madres indolentes que abandonan a sus hijos e hijas, divorciadas, viudas. Madres desaparecidas merecen recordarlas con gratitud.
Hay que decirlo siempre; la hija, el hijo insensato es la indignación del padre y la amargura de la madre. Feliz la madre que tiene un buen esposo y trabajador, hijos emprendedores, no holgazanes; es un regalo del cielo. El orgullo de la mujer joven está en su fuerza, la honra de la anciana, en sus canas.
Si no se puede medir su cariño, si derramó lágrimas sus ojos, si por ti lucha y sufre, esa es tu madre. ¡Póstrate de hinojos! ¡Felicidades, querida mamá, Dios te ampare!
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