En La Paz, la basura que se produce diariamente pasó de 480 toneladas a 520 toneladas en toda el área urbana. De acuerdo a datos de la Liga de Defensa del Medio Ambiente (Lidema) un 59,95% del total de desperdicios sólidos, es basura orgánica. Es en el restante 42,05% que empieza la historia de Isabel Mayta y Tomasa Fernández, que al igual que 25.000 familias de la ciudad viven del recojo de material reciclable como las botellas pet (tereftalato de polietileno).
La jornada comienza a las siete de la noche. Hasta ese momento, Isabel y Tomasa, como muchas señoras de la ciudad, se sientan a esperar que la gente comience a sacar la basura. En ocasiones alguna vecina les regala ropa, pero es más usual que les regalen sólo despojos. Alrededor de las ocho, comienzan a seleccionar la basura.
Se acercan más personas a dejar las bolsas de basura pero pocas las saludan, es más común escuchar insultos. “Algunas señoras nos ven y dicen estas indias cochinas que hurgan la basura…pero de algo tenemos que trabajar” afirma Isabel. Es “hurgando la basura” que Isabel logró que sus cuatro hijos estudien, como ella cuenta orgullosa, “este año va a salir el mayor profesional, los otros dos también están por salir”.
Para muchas mujeres de Bolivia, las condiciones de trabajo no son importantes mientras posibiliten la crianza de sus hijos. Es por eso, que aun trabajando entre basura los ojos de ambas mujeres se llenan de orgullo cuando hablan de los logros de sus hijos.
Tomasa, de 47 años, tiene cinco hijos y fue por la necesidad de alimentarlos que comenzó con este trabajo, “he empezado a buscar basurita, ropita, a veces no tenía para comer entonces iba a la Rodríguez a ayudar a las señoras que venden, entonces me regalaban verduritas, yo lavaba y le daba de comer a mis hijitas”.
Ante la falta de un trabajo mejor, su hija mayor decidió emigrar a Argentina. No puede evitar las lágrimas cuando habla de ella, “mi hijita es bien trabajadora, sabe cocinar, sabe cosechar, todo. Ella no conseguía trabajo aquí, por eso se ha ido”.
Isabel y Tomasa señalan que por un kilo de botellas de plástico les pagan alrededor de 25 bolivianos, pero que para juntar un kilo de botellas tienen que trabajar casi toda la noche. También recogen papel pero, por su peso, prefieren limitar su acopio. Isabel ríe mientras cuenta “una vez me he caído del micro por el peso y nadie me ha querido ayudar. Por eso los choferes no nos quieren llevar”. Tomasa le da la razón y comenta que por eso prefiere caminar pese a vivir en una zona alejada.
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