El Día Histórico - 26 de mayo de 1880
Parte I
La línea de batalla
Perdida la ocasión de situarse en Sama para esperar allí al enemigo, como era el plan del coronel Eliodoro Camacho, el ejército unido tomó posiciones en la meseta de “Intiorco”, a dos leguas de la ciudad de Tacna. El lugar tomó desde entonces el nombre de “Alto de la Alianza”, que le dio el general Narciso Campero.
La línea de batalla se extendía en más de una legua. El ala derecha estaba mandada por el general peruano don Lizardo Montero; el ala izquierda por el coronel boliviano Eliodoro Camacho y el centro por el coronel, también boliviano, Miguel Castro Pinto; la vanguardia por el coronel Ildefonso Murguía. La caballería, formada por tres regimientos de la legión boliviana y los escuadrones Húsares y Coraceros, estaba a cargo del coronel Juan Saravia Espinosa.
El número de combatientes
El ejército aliado constaba de 11,200 hombres, de los cuales 5,200 eran bolivianos y 6,000 peruanos. Tenía 25 cañones y 120 caballos.
El ejército chileno constaba de 22,000 hombres, 70 cañones y 1,000 caballos.
General en jefe del ejército unido era el general Narciso Campero, presidente de Bolivia, siendo jefe de Estado Mayor General el general Juan José Pérez.
General en jefe del ejército chileno era el general Manuel Baquedano; y su Estado Mayor General constaba de 110 entre jefes y oficiales.
La tentativa de asalto al
campamento chileno
En vista de la superioridad numérica del enemigo, el general Narciso Campero concibió la idea de un asalto sorpresivo al campamento del ejército chileno el 25 de mayo en la noche. Dada la orden respectiva, el ejército aliado abandonó sus posiciones en altas horas de la noche y, después de caminar como una legua, los guías se desorientaron, perdieron el rumbo debido a la oscuridad de a la noche y a la camanchaca que cubrió el terreno. Entonces se dispuso la retirada, lo que se efectuó con todo orden, volviendo los cuerpos a sus posiciones. Los chilenos no notaron esto y permanecieron tranquilos en su campamento.
La batalla
A las ocho de la mañana del 26 de mayo de 1880, las avanzadas chilenas se presentaron a la vista de los aliados. Después del duelo de las artillerías, la batalla se hizo general y lo más recio del ataque enemigo se dirigió sobre el ala izquierda. Trató de verificar Camacho un movimiento envolvente con sus tropas; pero el batallón peruano “Victoria”, el más numeroso acaso, volteó caras.
La carga de los “Colorados”
En lo más recio de la acción entró al campo el batallón “Colorados”. Lo mandaba el coronel Murguía, un hombre como de seis pies de altura. Su barba casi le cubría el pecho.
El batallón avanzó gritando: “Agarrarse rotos, que aquí entran los Colorados de Bolivia”. De pronto el coronel da una voz. Como cuando en el teatro se verifica un cambio total en el escenario, de tal suerte que allí donde se levanta una casa aparece un bosque; así con esa rapidez el batallón desapareció del sitio que ocupaba y con gritos de furor, contenido largos meses en el pecho, cayó por diez partes distintas sobre el enemigo, vomitando metralla en oleadas no interrumpidas destructores e incontenibles: era la nube que se descargaba, era un haz de mil rayos que estallaban sobre las huestes.
“El batallón chileno Valparaíso había sido deshecho. Avanzaron el Chillan y el Esmeralda; les cupo la misma suerte y retrocedieron.
Aquellos colorados eran los combatientes de una pesadilla, eran los soldados fantasmas por cuyos cuerpos atravesaban las balas sin derribarlos; caían heridos, pero para ponerse de pie y sus chaquetas, rojas de ordinario, más rojas todavía que la sangre que les cubría, cruzaban como relámpagos ante los ojos de los soldados chilenos, cegándolos, parecían circulantes lenguas de fuego, cuyo solo contacto producía la muerte”.
Lo que dice un historiador chileno
“Presentábase la batalla -dice Benjamín Vicuña Mackena- con sombríos augurios para los chilenos, y era cerca del medio día cuando pasándose la voz de la confianza los dos jefes de la línea de la Alianza, Camacho en la izquierda y Castro Pinto en el centro, ordenaron un ataque general sobre las debilitadas y rotas a trecho del ejército chileno. Y en efecto, poniéndose el coronel Camacho a la cabeza de las divisiones Cáceres y Suárez y ejecutando en el fragor del combate una maniobra de circunvalación, descendió por el leve declive de la loma animando con su ejemplo a sus soldados que ya VICTORIOSOS le seguían”
“En medio del azoramiento general -prosigue- y de algunos soldados que atemorizados volvían cara gritando: ¡derrota!, el jefe del Esmeralda, Adolfo Holley, corría a pedir al comandante Yavar que cargara con su regimiento. El general Baquedano ordenó que cargase aquel valeroso regimiento, para sujetar en su marcha ya casi victoriosa, por la derecha a los Colorados de la Alianza y del Aroma y a los amarillos del Sucre, que conducían los coroneles Murgía, López y González (Pachacha) todos bolivianos”.
EL DIARIO, 26 de mayo de 1925.
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