Un recuento de los problemas que se registran en el país revela a todas luces que las causas que los determinan no han sido solucionadas y que, en vista de esa situación, seguirán no sólo aumentando en cantidad sino en calidad. En síntesis, se puede concluir que el Gobierno, si bien ha estado dictando una serie de medidas secundarias, no ha podido entrar al meollo de la realidad y, por tanto, continuarán apareciendo hechos de sangre, huelgas, bloqueos y otros procedimientos de lucha popular.
Los diversos acontecimientos que vive el país desde hace seis años constituyen una cadena de síntomas que confirman que alguna enfermedad de fondo afecta al organismo nacional. La crisis que empezó hace seis años tuvo su origen en el choque entre trabajadores mineros en Huanuni, al cual siguió el desbloqueo en Caranavi, ambos con resultado de muertos y heridos. Otro acontecimiento violento de esa temporada fue el de la Calancha, en Chuquisaca, que también tuvo trágicos resultados.
Por si fuera poco, tras esos dramáticos y poco edificantes episodios se produjo el suceso violento de triste memoria de El Porvenir (Pando), al que siguió la Octava marcha del TIPNIS, la misma que culminó con la “masacre” de Chaparina que, por lo demás, no resolvió el problema ni con el decreto sobre la intangibilidad de ese parque nacional, documento que, en vez de poner fin al conflicto, provocó la Novena marcha indígena que agravó aún más la situación e inclusive amenaza llegar a extremos de mayor volumen.
Cuando se creyó que la crisis había tocado fondo y terminarían los hechos de violencia, advino una virulenta ola de bloqueos y paros, produciéndose choques entre comunarios en varios distritos y, enseguida, el conflicto de la mina Malku Khota con dramáticas características. A ese problema se sumó el antagonismo de sectores mineros en Colquiri, que continúa vigente, pese a los esfuerzos por aplacarlo.
A esa cadena de grandes contradicciones se han sumado en los últimos días los enfrentamientos en Pocoata por límites territoriales y ni qué decir del conflicto por vehículos “chutos” en Challapata que, como los anteriores, amenaza desembocar en una serie de nuevas dificultades, mientras se perfilan nubes de tempestad en el horizonte, tanto por asuntos internos como de nivel internacional.
En realidad, en los últimos seis años aparte de esos sucesos se produjeron otros muchos acontecimientos de violencia, por lo que se puede decir que hubo más de mil bloqueos de caminos, otros tantos de calles de ciudades, marchas con uso exagerado de cachorros de dinamita y, en fin, explosiones de protesta social que, en conjunto, revelan un auténtico caos, situación general que muestra que “algo huele mal en Dinamarca”.
Es posible concluir que el Gobierno del Estado no resolvió, ni mucho menos, las contradicciones históricas que vive el país, y sus administradores, cual “bomberos” improvisados, están más empeñados en “apagar incendios” que en resolver los asuntos internos de sus despachos. Mantener casi deliberadamente las grandes contradicciones implica mantener las contradicciones secundarias, vale decir dedicarse a combatir el humo y no apagar el fuego que lo alimenta y, aún más, echar más leña a las causas del caos. De ahí que no es difícil prever que el país tiene por delante la perspectiva de una interminable cadena de hechos negativos, fruto lógico del “proceso de cambio” empezado hace seis años.
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