[Jaime Martínez]

Sociedad y valores


La sociedad es un organismo vivo porque está formado por personas que actúan transmitiéndole, con sus actos, la vitalidad que cada una de ellas posee al moverse en el tiempo y el espacio, en busca de logros concretos que le permitan vivir de manera saludable, cómoda, humana para construir entre todos un presente y un futuro adecuado a las aspiraciones que tiene la mayoría.

De ahí que en toda sociedad haya ideas dominantes capaces de influirla en cierta dirección, que no siempre son las más correctas y justas, pero que están ahí, como brújula intelectual: épocas en las que se habla de revolución, porque en ese cambio se ve la panacea capaz de solucionar sus problemas; y, épocas de restablecimiento de las cosas, vistas como tiempos de organización y desarrollo. Esas posiciones le inyectan energía social con la cual la sociedad avanza, aprende, sobre todo, a buscar el rumbo más adecuado.

En todas las épocas, sin embargo, es necesario que los hombres se guíen por valores, por principios-guía de la conducta, porque ellos son el fundamento de la persona, son el cimiento del acto realizado, sobre la base de principios que rechazan el mal y buscan el bien; es decir, mediante medios morales intelectualmente fundamentados.

Esos valores se constituyen en el mapa vital que señala el rumbo de la marcha de la persona actuante. Esos valores son la religión, la justicia, la verdad, la libertad, etc. De ahí que cumplan una función vital y vitalizadora. Vital, porque son ideas-fuerza, impulsoras de las potencias humanas y sociales, son los ideales por los cuales la persona es capaz de luchar y morir; son vitalizadoras porque inyectan nueva vida al ser humano, lo conmueven y lo mueven con la potencia espiritual capaz de mover montañas. Son las potencias que edifican el edificio de la historia.

Cuando se tiene sentido de bien y de mal es posible llegar a la vergüenza, al arrepentimiento, a la revisión y enmienda del acto realizado. Por eso señalan caminos, orientan la vida humana. Son épocas en las que se habla de personas o actos inmorales, o de hechos morales que merecen repudio o premio, sea éste la sanción penal de la ley o el remordimiento de la conciencia; o cuando se lo califica de virtud, de ejemplo a seguir, son modelos de vida.

Pero cuando estos principios desaparecen, acallados generalmente por el interés, por lo práctico inmediato que hace utilizar cualquier medio para conseguir el fin del enriquecimiento rápido, del poder por la ostentación y la satisfacción de mandar y ser obedecido, aun a costa de la dignidad de la persona, tanto del que manda como de la que obedece, estamos ante una situación catastrófica; son tiempos de amoralidad, de desorientación absoluta, de la acción carente de sentido. Son tiempos de destrucción; también hay tiempos de construcción, aquellos en los que predominan los valores positivos.

Desgraciadamente esta es la situación en la que nos encontramos en este momento, pues asistimos a acciones en las que predomina esto me conviene y esto, no; de ahí la justificación de cualquier cosa, con los argumentos más absurdos, pues estamos ante hombres que no vacilan en vender su conciencia a precio vil, sin decir que aunque el precio sea alto se la pueda vender.

Lo que sucede es que por el puesto más insignificante, se entregan incondicionalmente al poderoso de turno; vemos a dirigentes que, más que conductores de personas, son “pajpacus”, comerciantes callejeros que venden cualquier ungüento con el que se puede curar hasta el mal de amores. Habladores que salen a justificar cuanta acción hace el mandamás, pensando que con eso están ganando puntos a favor de su “carrera” (o mejor dicho su arrastramiento, su prostitución) política.

Es gente que no sospecha que la política es una vocación, un llamado especial que alguien tiene para cumplir una misión: servir a todo trance al prójimo, buscando su superación integral, física, intelectual y espiritual, al par que tenga trabajo y bienestar, justicia y orden en el que predomine la ley. En suma, que política es la actuación consciente y planificada para conformar un ambiente humano donde la razón, los principios y las leyes se cumplan lo más precisa y justamente posible. Lo restante es demagogia, es pescar en río revuelto, movido y agitado por los mismos pescadores de mala fe.

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