Martín Santiváñez Vivanco
El discurso del presidente Hugo Chávez anunciando el retorno del cáncer también tuvo como objeto enumerar lo que él y sus seguidores consideran los “logros más importantes de la revolución”. Todo ello, por supuesto, con el fin de legitimar la continuidad del régimen en la persona de Nicolás Maduro. Para Chávez, líder continental del socialismo del Siglo XXI, una de las dimensiones más importantes de la política venezolana ha sido el frente internacional.
El chavismo, anclado en la tradición expansiva de los regímenes autoritarios, no se comprende sin la pulsión bolivariana. Hace doscientos años, el Libertador tuvo en mente construir una gran unidad de equilibrios políticos y normativos. Dicha unidad se materializó en el precario edificio institucional de la Gran Colombia y en la partición territorial del Perú y Bolivia. Toda la política bolivariana está basada en la idea del equilibrio de poderes: crear espacios capaces de anularse mutuamente, fomentando un anhelo de cohesión superior en virtud al principio panamericano.
Semejante utopía indicativa (países solidarios unidos por móviles supremos) muy pronto devino en anarquía. Tristemente, Bolívar, antes de morir, fue consciente de los peligros a los que se enfrentaban las naciones que su gigantesca voluntad ayudó a liberar (“Yo he mandado veinte años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos […]. La América es ingobernable […]. El que sirve a una revolución ara en el mar”).
Hugo Chávez ha recorrido el sendero bolivariano fomentando, como ha quedado de manifiesto en su “discurso de la luna llena”, la consolidación de espacios regionales en función al voluntarismo político teñido de geoeconomía. Así, el surgimiento del ALBA, UNASUR, MERCOSUR y las sucesivas alianzas estratégicas de Venezuela con Rusia, China e Irán, aunque en el papel aspiran a edificar una estructura económica eficiente, en el fondo responden, en esencia, al diktat político del césaro-chavismo, una desviación del republicanismo bolivariano.
Así, el viejo error voluntarista del Libertador se reproduce nuevamente, con una diferencia sustancial: esta vez, los gastos, en el pasado repartidos de forma desigual entre varias jóvenes repúblicas, hoy son asumidos en gran medida por un petro-Estado que agota sus recursos y compromete su futuro exportando la revolución.
Los bloques fortalecidos por el chavismo son, en gran medida, ineficientes desde el punto de vista geoeconómico, debido a su alto nivel de politización. Los procesos de integración no se construyen sólo en función a la voluntad política. De hecho, el sesgo ideológico de estos espacios supranacionales, utilizados como foros del filo-chavismo, ha perjudicado su performance.
Si el liderazgo del comandante se ve comprometido, si acaso cesa el festín de Baltazar que ha caracterizado al chavismo durante estos catorce años, los procesos del ALBA, UNASUR y MERCOSUR tendrán por fuerza que redefinirse. UNASUR puede ser cooptado por otros socios menos radicales. MERCOSUR continuaría bajo la influencia y el veto del Brasil. Pero el ALBA, la quintaesencia del proyecto continental chavista, tendrá que enfrentarse al grave dilema de quién paga las cuentas.
Porque el chavismo en pleno, antes que seguir exportando el modelo, tiene ante sí el imperativo del frente interno. Y en ese dilema existencial, no en la expansión regional y continental, es que radica el futuro de su probable subsistencia.
El autor es investigador del Navarra Center for International Development de la Universidad de Navarra.
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