Innegablemente, por efecto de los altos precios internacionales que hay para el gas que exportamos, el país dispone de dinero, de mucho si se compara con lo ocurrido con muchos regímenes del pasado; pero la excesiva tenencia de recursos económicos y hasta el hecho de jactarnos de contar con altas reservas internacionales, hacen que el Presupuesto General de la Nación, año tras año, sea aprobado con déficit que, lógicamente, es pasado a la próxima gestión.
Lo grave de esta situación de “tenencia de dinero” da lugar a que haya una especie de dispendio en los gastos, especialmente cuando se trata de gastar en lo superfluo, en lo innecesario, en lo prescindible y en lo que ni los países ricos pueden permitirse: avión de lujo para el Presidente, aviones, armamentos y vituallas para las FFAA; “plus” para miembros de la entidad armada, viajes a los sitios y países menos imaginables, tan sólo por demagogia y populismo; dispendio en la otorgación de dinero a dirigentes provinciales, dizque para realizar obras que muy poco se concretan; proyectos fantasiosos para construir nuevos palacios, tanto para el Ejecutivo como para el Legislativo, etc., etc.
En medio de la proliferación de gastos insulsos, poco o nada se hace para invertir en infraestructura para la salud y la educación, en la construcción de caminos y carreteras, en el mantenimiento y reparación de caminos provinciales, en fortalecer a prefecturas y municipios; cuán poco o nada se hace para combatir efectivamente al contrabando, a los sembradíos excesivos de coca y proliferación de la producción de droga y cuánto adelantamos para desterrar la corrupción, el contrabando, el comercio ilegal y otras calamidades que consumen dinero del país y no dejan perspectivas para vencer efectivamente a la pobreza o, por lo menos disminuirla.
A siete años de gobierno o, mejor, de estar en el Gobierno, podría decirse que es tiempo de invertir en lo que rinda frutos al país, en mejorar toda la infraestructura de salud y educación; es tiempo de mejorar programas para la preparación debida de maestros que coloquen a nuestros sistemas educativos en la cima de nuestras preocupaciones y los resultados se vean en el rendimiento de niños y jóvenes tanto en los niveles primarios, secundarios como universitarios.
Es tiempo de evitar los gastos dispendiosos y lo que no rinde ningún dividendo al país. Es tiempo de restablecer las garantías para las inversiones y para reabrir fuentes de riqueza que impliquen creación de empleo; en fin, hay mucho por hacer si efectivamente se quiere reducir altos índices de pobreza y subdesarrollo.
El Gobierno con seguridad que tiene conciencia de todo lo que hizo y, mucho más, de lo que podría hacer; pero parecería que desecha cualquier propuesta que a la corta o a la larga implicaría recuperación de la confianza popular y prestigio para su gestión que debe realizar venciendo sus propias limitaciones y dificultades. Dejar que el tiempo se encargue de solucionar los problemas, es lo mismo que no respirar y querer vivir con la boca y narices tapadas. El Gobierno, si quiere, puede cambiar; de otro modo, sólo conseguirá debilitarse y adentrarse más en el desprestigio.
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