Un Seminario Internacional sobre Políticas Públicas y Seguridad Vial efectuado en Cochabamba, últimamente, estableció que Bolivia se encuentra entre los 10 países de Latinoamérica con mayor número de accidentes de tránsito. Se calcula que en el país, de cada cien mil habitantes 15 mueren al año en este tipo de accidentes. El evento citó como causas de este dramático desajuste la falta de cultura y de responsabilidad de los conductores de vehículos.
No es tan significativa la cultura en estos siniestros, sino la falta de preparación de quienes conducen el transporte público. Éstos con mucha frecuencia se improvisan al volante y son producto de la no exigencia de conocimientos técnicos y de las reglamentaciones de tránsito a tiempo de extenderles la autorización que, muchas veces, se la otorga ciegamente a cambio de una coima.
A lo anterior se agrega la embriaguez que, podría decirse, es la causa más corriente de estos hechos en carreteras y caminos del país, irresponsabilidad que no tiene en cuenta las dificultades materiales que presentan las vías por las topografías accidentadas, como el llamado “camino de la muerte” a Yungas. Tales circunstancias tipifican al gremio como carente de apego a la propia vida y por consiguiente a la de sus pasajeros. Así el escenario de muertes y heridos no deja pasar un día sin registrarse en carreteras o en calles, siendo raros los días en los que la trágica suma deje de crecer. A veces se registra más de un accidente en una sola jornada.
Otro dato revelado -casi inverosímil pero evidente- es que entre los años 2007 y 2011 se computaron 248.661 casos en el territorio nacional. El departamento de La Paz encabeza este índice con el 44%, Santa Cruz muy lejos del primero con 17%, seguido por Cochabamba con 14%, mientras ninguno de los demás departamentos llega al 10%.
Si se conoce las causas, debería ser natural que sean extremadas las precauciones que puedan evitarlas, empero sucede todo lo contrario. Y es que cuando se registra un accidente de consideración (podría decirse de 10 muertes para arriba), el Organismo Operativo de Tránsito, dependiente de la Policía Nacional, recién sale de su letargo y anuncia controles, para olvidarlos a los pocos días. Hablamos no sólo de controlar la sobriedad de los choferes y si éstos se encuentran descansados para emprender el trayecto, sino también el estado técnico y mecánico de los motorizados como garantía de que lleven sanos y salvos a destino a los usuarios. Un control anual es casi inútil, sobre todo para el transporte público.
La Policía Caminera es apenas casi un denominativo. Pareciera actuar en coincidencia con el carnaval, que es cuando muchos se enteran de su existencia. Ni qué decir de las llamadas “trancas”, que tampoco cumplen satisfactoriamente un supuesto cometido asignado. La temática de tránsito en las ciudades merece un tratamiento aparte y especial por sus innumerables deficiencias, con resultados no menos lamentables que los anteriores.
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