El colegio en el que estudié tenía un cine con butacas de madera, al que difícilmente teníamos acceso, hasta que un día abrieron las puertas a todo el estudiantado y se colocó en escena una película cuyo contenido no recuerdo; lo que sí recuerdo es que el director de estudios puso en la puerta de entrada a dos muchachos altos, del último curso, quienes, por órdenes superiores no dejaban salir de la sala a nadie.
“Es que quiero ir al baño, y el del cine está cerrado”, dijo uno de los muchachos con cara de súplica y al borde de las lágrimas. La respuesta fue contundente, “no puedes salir, por órdenes superiores”. No era el único caso, con el paso de los minutos al menos una decena de muchachos clamaban por ir al baño y la respuesta era la misma, “por órdenes superiores no sale nadie”.
Y como el mandato de la naturaleza supera al de la razón, una esquina de salida del cine se convirtió en urinario eventual, lo que provocó la risa de todos, la preocupación de los dos encargados de la puerta y la indignación del superior, quien ordenó a éstos limpiar el ambiente con su dinero, hasta que todo quede con buen olor.
Boris Villegas, Fernando Rivera, Dennis Rodas y compañía señalaron como descargo que “sólo cumplieron órdenes superiores”, que siempre fueron aplicados funcionarios, que se mantuvieron en el estricto marco legal y, por lo tanto, inmaculados en el mentado caso denominado corrupción, extorsión y forma fácil de hacer dinero metiendo miedo al otro.
Es de suponer que cualquier hombre con dos dedos de frente no cumple a rajatabla las órdenes superiores cuando éstas superan el sentido común, la libertad del otro y los principios básicos de la razón suficiente.
Basta recordar el artículo 33 del Estatuto de la Corte Penal Internacional, titulado “Órdenes superiores y disposiciones legales”, que señala: Una persona que haya cometido un crimen de la competencia de la Corte en cumplimiento de una orden emitida por un gobierno o un superior, sea militar o civil, no será eximida de responsabilidad penal a menos que estuviere obligada por ley a obedecer órdenes emitidas por el gobierno o el superior de que se trate.
También es de suponer que el Superior, antes de emitir una orden, vea los alcances de ésta, siga rigurosamente los pasos que dan sus colaboradores para que éstos no se conviertan en abusivos y bajo el pretexto de “órdenes superiores”, cometan una serie de tropelías.
La expresión “órdenes superiores” es un buen escudo, sirve como disculpa, pero nunca como descargo. Es de suponer que quien vendió el arroz secuestrado al señor Ostreicher lo hizo con el afán de que ese producto no se echara a perder, pero seguramente el dinero debe estar en una cuenta bancaria y no en su bolsillo y el de los compinches.
Gran parte de los seres humanos hemos sido autoridades en casa, el grupo o una entidad social y es obligación nuestra, aunque estemos mucho tiempo ausentes, saber cómo andan los miembros de la familia, si cumplen con las obligaciones del momento, si ocupan bien el tiempo libre y si surge alguna duda, preguntar qué está pasando.
Una autoridad tiene muchas tareas, pero no es sorda, ciega ni muda, por tanto está atenta y vigilante ante cualquier inconducta. El caso Ostreicher es uno de los 40 casos denunciados y de muchos otros no hechos públicos por miedo.
En nuestra vida hemos recibido muchas órdenes superiores, que no necesariamente deben ser cumplidas, cuando vemos un signo de abuso en la autoridad, un capricho disfrazado de razón y un afán de buscar un apetito personal. Órdenes superiores no son órdenes divinas.
El autor es Editor General de EL DIARIO.
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