Punto aparte
El limbo, en términos figurados, quiere decir que se está distraído y como inerte, sin aliento o ánimo para resolver o atender las obligaciones que le competen, cuando se asume responsabilidades de mando.
A la Iglesia Católica de La Paz podría situársela en ese trance incierto, porque si bien cumple con los ritos sagrados en los templos, no es suficiente. En concreto, puede decirse que es pasiva, si acaso no inoperante. La responsabilidad es sólo atribuible al Arzobispado, por ser la cabeza de la jerarquía local.
Parece que en los recintos de actividad del Arzobispado se destina más atención a la labor burocrática y no a la adopción de iniciativas y decisiones sobre la función primaria que le atañe cumplir, que es darle el máximo de dinamismo a la tarea eclesial, que consiste en mantener viva la llama del catolicismo, conservando y atrayendo cada día más creyentes en Dios y en la Virgen María.
A la inversa, mira con perceptible indiferencia cómo muchos católicos abandonan a la Iglesia Católica y se adhieren a otras creencias, que son muy activas en atraer más seguidores, empleando todos los medios a su alcance.
La Iglesia Católica tiene los suficientes elementos de convicción para inducir a sus fieles a que sean cumplidores de los preceptos y valores de la fe que profesan libremente, sin que en forma material les demande exigencia alguna, como sucede en otros núcleos que se atribuyen religiosidad, a costa de idolatrías que enajenan la personalidad del ser humano.
Pero no sólo hay que extender la prédica constante para satisfacer las necesidades que tienen los hombres y mujeres de creer en una divinidad, sino en demostrarles que la Iglesia Católica es una fuerza vital para que éstos encuentren las respuestas que buscan. Más todavía, que se les proporcione el alivio y consuelo que requieren, para sobrellevar con optimismo y alegría las preocupaciones y retos que les plantea la vida.
En el fondo, estos son los fundamentos para justificar la existencia de las religiones, lo que debería constituirse en más perentoria en el caso de la Iglesia Católica, que en los más de dos milenios de vigencia que tiene acumuló enorme sabiduría, responsabilidad y fundamentalmente consistencia en su prédica, sustentada en los testimonios evangélicos.
Todo este instrumental, para hablar en términos cotidianos, no utiliza la cabeza de la Iglesia de La Paz, que es el Arzobispado. Si no fuera el esfuerzo y desvelo de las distintas órdenes religiosas que tienen a su cargo la actividad eclesial y social que cumplen los templos, a estas horas virtualmente podría carecer ya de fieles.
No todo tiene que reducirse a las misas y realizar las obras de asistencia y solidaridad que asumen las parroquias, sino que tiene que existir una acción conductora que coadyuve y, más aún, anime a mayores logros en el seguimiento a la fe católica.
La Iglesia debe también llegar a todos los ámbitos sociales y culturales, para fortalecer la creencia de sus fieles, así como conquistar nuevas almas, sobre la base de los diversos y enriquecedores mensajes que posee.
Con mucha más razón, en estos tiempos de relativismo, en los que mucha gente se siente desconcertada, por la falta de certezas y de orientación en las nuevas sendas que le corresponde transitar en el plano espiritual, que es el que sustenta los comportamientos y las inquietudes más íntimas.
Si esta es la encrucijada en que se encuentran las personas mayores, la desorientación es mayor entre los jóvenes, lo cual está dando lugar a que éstos opten por el alcoholismo y la drogadicción, cuyos efectos negativos conciernen a la sociedad en general, pero en mayor medida a la Iglesia Católica.
En los templos de La Paz se observa que cada vez disminuye más la presencia de sacerdotes. Aunque este y otros temas están pendientes de decisiones críticas del Vaticano, entre tanto la Iglesia local tiene que empeñarse a fondo en lograr más vocaciones sacerdotales.
La oportunidad se presta también para ponderar y aplaudir la acción eclesiástica de las diócesis de Santa Cruz, Cochabamba y Oruro, entre otras. En La Paz, la Iglesia está adormecida. Se imponen, pues, relevos en su conducción.
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