En absoluta concordancia con sus antecesores, el Papa Francisco, con motivo del nuevo año que se inició, emitió su mensaje deseando que la paz y la concordia entre todos los hombres del mundo sean conducta que debe ser vocación y práctica general. Manifestó su deseo de que sea la paz el mejor medio para combatir a la pobreza y a todos los males que padece el hombre.
Cristo nació conjuntamente el mensaje de Dios: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres”. Estas palabras, hechas mensaje permanente, han sido prédica y práctica de Jesús hasta el extremo de dar su vida justamente por buscar el amor, el perdón, la reconciliación, la armonía, la solidaridad que son resultados del espíritu de la paz.
Pero el hombre ha preferido siempre los caminos del odio, del enfrentamiento, la insolidaridad, el hedonismo y todo lo que hace daño al mismo hombre y lo convierte en su peor enemigo, porque las guerras y enfrentamientos no hacen otra cosa que someter, convertir en vasallo o esclavo al ser humano porque el derecho de la fuerza que ejercen los vencedores de los conflictos implica que todos vivan sometidos a políticas contrarias al bien humano.
Los fabricantes de armas, los gobiernos que mantienen políticas armamentistas y ejércitos encargados de imponer -en nombre de la libertad, la democracia, la justicia y el bienestar del ser humano- políticas que manejen a los pueblos bajo el principio: “Si vis pacem para bellum” (Si quieres la paz, prepárate para la guerra). Un axioma que pretende mostrar que la guerra es constructora de paz cuando es siempre lo contrario porque vulnera todos los derechos humanos, ciega la vida de millones de personas, destruye los bienes creados para satisfacción humana, destruye valores culturales, espirituales y religiosos que buscan la paz y tranquilidad para todos.
Cuán equivocados viven los países -los más ricos y desarrollados especialmente- que, convencidos de la “importancia” de la fuerza de las armas y obnubilados por los “beneficios de la guerra”, no vacilan en desencadenar más enfrentamientos y utilizan fortunas en la investigación, fabricación y venta de armas, en mantener ejércitos de millones de hombres tan sólo para dominar a otros. Políticas equivocadas que complotan contra los principios más elementales de la paz, de la unidad, la justicia y el amor entre todos los componentes de la raza humana.
El Papa Francisco, portavoz del Evangelio de Jesús, mostró en su mensaje navideño y en el de Año Nuevo, la vocación y misión eterna de la Iglesia Católica para que el ser humano, al combatir con virtudes, valores y principios todo lo que implica guerras y enfrentamientos, combata también a ese enemigo feroz, soberbio y orgulloso, aliado de las guerras, que es la pobreza mimetizada en la carencia de bienes alimenticios, de condiciones dignas de vida, de vestimenta, de vivienda; un mundo carente de medios para combatir las enfermedades y todos los males que asuelan al planeta y lo colocan como víctima propicia del poderío nuclear y de las armas más modernas, un poder que destruye la naturaleza y el medio ambiente.
Las deudas monetarias de los ricos son infinitamente mayores a las de las pobres; lo lamentable es que son deudas acumuladas y que han servido tan sólo para incrementar el poder bélico de las guerras. Son deudas que siendo dinero y medios disponibles, pudieron conseguir que desaparezca la pobreza en sus países y, mucho más en los del planeta que componen las dos terceras partes de toda la humanidad donde campea la pobreza, la miseria para millones de personas, la carencia de hospitales, escuelas, colegios, universidades y no existen los medios más elementales para el diario vivir.
Cuántas fortunas se han dilapidado en el mal a costa del mucho bien que pudieron hacer. Cuántos hombres han muerto en aras de combatir a hermanos y seres que podían ser elementos de amor, desarrollo y progreso; cuán amargas son las lágrimas vertidas por millones de madres que esperan que sus gobernantes sirvan al bien y, por soberbia y petulancia, sirven a la guerra, al hambre, las enfermedades y a todos los males que destruyen a la Tierra que es pródiga en bienes, pero que se la convierte en cementerio de millones de seres.
El Papa, al condenar todo atentado contra el ser humano, lo hace también a todo lo que es causante de guerras y enfrentamientos, que son los cimientos y aliados de las armas, que son la corrupción, el narcotráfico, el hedonismo, el terrorismo, la delincuencia y todo aquello que cause daño, dolor, lágrimas y luto al ser humano. Condena también lo que significa complejos y odios, racismos, corrupción e irresponsabilidad en el cuidado de los bienes generales de los pueblos, bienes que deberían servir para el bien y se los usa para agrandar las fauces del mal.
La paz es cimiento de bien, amor y unidad; preservarla y conservarla debe ser misión de todos y sin regateo alguno, porque de conductas de paz depende el futuro del planeta.
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