La política, entre otras cosas, organiza el Estado, le da sentido humano y lo conduce hacia el bien común; es la acción del ser humano que le permite gobernar a la sociedad; o bien, es la capacidad de criticar, es decir, analizar objetiva, lógica y éticamente las formas de conducción de uno o varios asuntos públicos, porque éstos son problemas que interesan a todos los ciudadanos. Por eso, de una u otra manera, todas las instituciones y personas están involucradas en la política, pues todos somos animales políticos, ya que necesariamente tenemos que vivir en sociedad para construir nuestra existencia de manera humana, intercambiando actos que pueden mejorarnos o perjudicarnos.
Lo que hay que diferenciar es si se hace política o politiquería; la primera es un acto noble, es participar conscientemente en el todo de la sociedad; lo segundo es convertir el tema social en algo banal, o, peor, tratarlo demagógicamente, mirando únicamente lo que me conviene y escondiendo aquello que me perjudica como grupo, manipulando el tema de tal manera, que se le haga decir algo torcido, o que lleve agua a mi molino evitando que llegue al del vecino o contendor; esto lo podemos ver en algunos spots de propaganda, especialmente en época electoral.
La Iglesia católica ha hecho público un documento de los obispos del país, en el cual se da a conocer criterios acerca de las denuncias de corrupción que se ha detectado en personeros de gobierno, y ha señalado -en nombre de un importante sector de la opinión pública, la de los católicos de Bolivia y otros sectores más- la consternación, y la frustración de las esperanzas puestas en que cambie la política de los gobiernos, sobre todo la de un partido que ha ofrecido a troche y moche el cambio como su bandera de propaganda política, pues se denomina el gobierno del cambio.
Y todo cambio es la modificación de actitudes, de maneras de comportarse, diferenciándose de las otras, criticadas por quienes ofrecen nuevas actitudes; puesto que al predicar cambio nos están diciendo: nosotros somos diferentes y no vamos a hacer lo que éstos han hecho hasta ahora. Pero lo que los ciudadanos estamos mirando en quienes manejan la cosa pública, no varía en nada de los métodos criticados en la llamada “derecha neoliberal”, salvo en los modos más elaborados de engañar y corromperse y corromper a los otros.
Desoír críticas es un suicidio político, es no querer mirar con atención los actos que se ha realizado, teniendo en cuenta que todo hombre es falible, débil, limitado y que, por lo tanto, puede equivocarse; pero si esta equivocación tiene funestas consecuencias sociales para el país, y negativas consecuencias políticas para la imagen de un gobierno, las autoridades no pueden dejar de verla, analizarla y, en su caso, enmendarla, sobre todo en un gobierno socialista, en el cual la ética revolucionaria les obliga a actuar de esta manera.
La autocrítica es un acto consciente de revisión de los actos políticos realizados en bien, o en contra del proceso revolucionario, asumiendo las consecuencias del mismo; y eso no lo hemos visto ni escuchado, por parte de los acusados. Protestar airadamente porque el que critica quiere abrir los ojos del gobernante, responderle con el argumento de que se está entrometiendo en política; rasgarse teatralmente las vestiduras, y presentarse como la inocente víctima de una negra conjura contra los actos del gobierno, no conduce a nada; mucho menos a solucionar los problemas del país; y los gobernantes de todos los tiempos han jurado públicamente cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes; y estos instrumentos hablan directa e indirectamente de que se debe gobernar con las reglas jurídicas en vigencia, es decir, con ética, con rectitud, con equidad, condenando y erradicando, en lo posible, lo malo y condenable, para construir una sociedad sobre la base del ejemplo; porque con las palabras, con la magia de la dialéctica y el deseo de engañar, como estamos viendo últimamente, se pretende disminuir la culpa de alguien, ocultarla y, finalmente, convertirla mediante la propagada en acto moral bien hecho.
Los obispos han cumplido con su misión de pastores, ¿el Gobierno cumplirá su rol de gobernar con transparencia, con la Constitución y las leyes en la mano? ¿Serán seriamente investigados los acusados?
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