Paula Orellana
Caminante yo iba, cuando vi que una flamante figura venía.
-Soy la muerte, me decía. Y enamorado de ti vengo hace días.
-¡Oh muerte maldita! ¿Acaso mi turno de partir ha llegado este día?
-No te preocupes adorada mía, tu día no te toca hoy, ni de noche ni de día.
-¿Y a qué se debe tu visita entonces muerte maldita? Le pregunté ya sin agonía.
-La tristeza de no ser cercano a ti, el alma en dos me tenía.
Los días pasaron y la muerte a mi recurría para calmar sus llantos de que nadie lo quería.
-¡Quiéreme tu, princesa amada mía! Dame la dicha de hacer el amor una vez con quien mi corazón amerita.
-¿Cómo podré yo hacer el amor contigo muerte maldita? Ya me has quitado a varios de los míos y ni despedirme me has dado la dicha.
-¿¡Qué culpa tengo yo!? Aclamando me decía. ¡Que el peor trabajo del mundo me haya sido encomendado sin compasión! Y ahora tengo que soportarlo sin vos.
-¿Acaso me estás dando a escoger vivir mi vida sin tu compañía?
-¡Jamás! Gritó la muerte maldita. ¡Aprenderás a vivir conmigo cada día!
Y así hizo la adorada de la muerte maldita. Convivió con la muerte como ésta se lo pedía.
Una noche de carnaval, su adorada conoce a un gran galán.
Ambos se enamoraron en demasía y la muerte de envidia moría. Convencido de que un favor hacía a aquella doncella con belleza infinita, ideó un plan que de adrenalina morir podía.
Su amor llevaba tres semanas, cuando la muerte decide arrebatarle el amor de los brazos de su querida. Una muerte dolorosa le ha brindado con una fiebre que lo hizo llorar a cántaros.
-¿¡Cómo me haces esto muerte maldita!? ¿Condenada a vivir bajo tu presencia estoy cada día!?
-Un favor te he hecho doncella amada mía. Ahora vivirás con un perfecto recuerdo de tu ideal, que bien pudo destrozarte tu alma en el año de vida que le quedaba.
-¿Has adelantado su final, oh odiosa muerte maldita?
-Si lo he hecho ¿qué no fue un mejor final?
Y así hizo la muerte con todos los amores de su princesa querida, hasta que ésta misma su corazón se arrancó para tratar de quitarse la vida.
-Si tú mueres ya no te veré más princesa mía. Morirte no podrás jamás.
Los años pasaron en la dulce Ana querida. Su vejez se apresuró por su falta de amor.
Sin hijos y sin descendencia a la muerte maldita le pidió que actuara con prudencia.
-Dame descanso muerte maldita. Mi vida acorté por tu maldita egolatría.
-Dame un descanso eterno y por piedad, déjame ir en paz.
La muerte pensó que su dulce Ana querida jamás le haría el amor.
Y con el mejor de los besos de ella se despidió.
-Ve en paz y sueña en el descanso eterno. Dulce amada mía, ¡espero verte en el cielo!
Al finalizar su beso se dio cuenta que la muerte no goza de descanso eterno y arrepentido del concedido deseo de su dulce amante eterno un grito pegó y Ana, sonrió en el cielo.
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