España
El final fue horrible. Tenía que llegar algún día, eso estaba asumido, pero nunca imaginamos una despedida tan penosa, tan irreconocibles y tan vulgares. Adiós, Mundial. España está eliminada y en el castigo se incluye la humillación de tener que disputar el próximo lunes contra Australia el partido de la vergüenza, entre las dos primeras selecciones eliminadas del campeonato.
Cualquier análisis es ventajista, ya lo advierto, y llenarlo todo de sangre será tentador. Intentaremos evitarlo, y no por ser elegantes; apenas hay sitio junto a la camilla. Si nos alejamos, entenderemos mejor. No es ningún secreto: el agotamiento de España se relaciona directamente con el agotamiento del Barcelona. No es casualidad que, en ambos casos, su ciclo glorioso haya durado seis años y no es casualidad que ese ciclo haya finalizado prácticamente al mismo tiempo, en la primera temporada que el Barça cierra sin títulos desde hace, precisamente, seis años. Si lo piensan, no podía ser de otro modo.
A partir de esa evidencia, la conclusión más obvia es que en este Mundial no falló algo, falló todo y seguramente el problema no tiene su origen en Brasil, sino mucho antes, meses atrás. Sólo así se puede explicar un cortocircuito colectivo que no sólo afectó a los jugadores del Barça. De alguna manera hemos ido rompiendo reglas, cometiendo errores imperceptibles que por acumulación han resultado insalvables. Primero, siendo campeones de Europa y del Mundo, nos empeñamos en el fichaje de Diego Costa. Gastamos demasiadas energías en eso; posiblemente quebramos la armonía interior. Imaginamos que con esa incorporación se completaba la renovación del equipo, el plan A y el plan B. Nos volvimos imprudentes. Ignoramos los avisos que venían de la Liga, aireamos las primas obscenas y buscamos el lugar más frío de Brasil para concentrarnos allí. Hasta nos cambiamos el pantalón de color.
Y hubo más. En los días previos, Villa anunció su fichaje por el New York City y esta misma semana se supo que Xavi jugará en Qatar. Convendrán conmigo que no es buen síntoma contar con dos jugadores en retirada.
Lo trágico es que no había otra solución: cómo despreciar a la base del equipo que nos hizo campeones de Europa y del Mundo. Ni el más ácido de los críticos lo hubiera hecho. Había que llegar con estos jugadores hasta el final y el final llegó ayer. Lástima no volar por el precipicio como Thelma y Louis.
El partido contra Chile fue una continuación de la segunda parte contra Holanda. Pecamos de ingenuos al suponer que aquella goleada sería un estímulo. Ahora sabemos que no perdimos el ángel, también la confianza. Como en el debut, no hubo un solo jugador a la altura de su prestigio y varios estuvieron dramáticamente por debajo de su talento: Casillas, Ramos, Alba, Alonso, Busquets, Silva…
Como hace un año, también en Maracaná, ya empezamos perdiendo por el himno. Cuarenta mil chilenos lo cantaron voz en grito para reivindicar la propiedad de la furia y de la roja. Suya es. La consecuencia es que salimos muertos y la primera bala nos rozó antes del primer minuto. Poco después la segunda. El miedo corta más que las espadas.
No era la noche, no fue el Mundial. Xabi Alonso pudo adelantar a España, pero Bravo le rechazó un disparo a quemarropa. De vuelta marcó Chile, con una jugada que ahora recordamos a ritmo de pesadilla, sin capacidad para huir o perseguir. Perdió Xabi, avanzó Alexis, conectó con Aránguiz y remató Vargas. Estábamos allí, pero llegamos tarde a cada cita.
El segundo gol nos instaló en esa habitación muda donde habitan los boxeadores noqueados. En esa ocasión, la mala suerte intervino para volver a rasgarnos la esperanza. Aránguiz remató de un modo extraño, medio de puntera, y el golpeo acabó siendo mortal. También falló Casillas.
No hubo más, y esa es otra terrible noticia. España salió del descanso con Koke por Xabi Alonso, pero de nuevo sin alma. Busquets, en el minuto 52, pudo marcar el gol que nos hubiera reenganchado a la ilusión, o que nos hubiera hecho más daño por quedarnos más cerca.
Adiós, Mundial, adiós, España. Fue bonito mientras duró y duró seis años. Si se plantean retirar las banderas de los balcones les diré algo: ahora es el momento de ponerlas.
AS
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