Menudencias
La reunión que tanto costó del Grupo de los 77 más China, ya fue. A estas alturas es historia archivada y bien analizados sus resultados, en el fondo, dicen que fue más el ruido que las nueces. Como era previsible. Salvo contadas excepciones, nada de lo tanto que se habló en la maratónica plenaria del domingo queda sólo para el recuerdo de quienes lo dijeron y sus acólitos. Entre las excepciones, naturalmente, hay que anotar al presidente uruguayo José Mujica. Y tal vez, como curiosidad de cómo andan las cosas en el sur, los lamentos de la presidenta argentina por el alto costo que tendrán para su país los bonos basura.
El análisis más elemental, sin necesidad de elucubraciones científicas sobre comunicación u oratoria, enseña que 12 horas continuas de perorata no dejan absolutamente nada a los potenciales destinatarios. Los mensajes se pierden en la inmensidad de un océano revuelto y variopinto de palabrería hueca. Sobre todo porque muchos hablan de tantas cosas que sólo buscan satisfacer sus propios intereses o necesidades. Y porque todos fueron discursos de convencidos para convencidos. ¿A quién estuvo dirigido el mensaje de cada uno de los oradores? En muchos casos, parecía que a los mismos que hablaban.
Lo mismo vale para el largo documento final de la reunión. Las grandes coincidencias son las mismas de siempre. Las preocupaciones y los enunciados son los mismos. Y las perspectivas de que sirvan para algo son también las mismas de todas las reuniones y todos los foros de ese tipo. Todo lo mucho que se dice en las casi 200 páginas y el más de un centenar de puntos del documento final ya se dijo. La pobreza y el hambre persisten en el mundo, igual que las desigualdades económicas y sociales y que todos ponen su granito de arena para maltratar a la madre tierra y contribuir al desastre climático. Y se sabe de sobra por qué y de quién es la responsabilidad. Y sobre todo, a quién toca echarle las culpas. El que esté libre de pecado, de entre todos los que hablaron el domingo, que tire la primera piedra.
Al margen de ese hecho concreto, la cuestión de fondo es que todo se redujo a una suerte de “reality show”. Porque nada de lo que se dijo en el plenario de esa reunión cambió en un ápice el documento final porque todo estaba ya escrito, oleado y sacramentado. Daba lo mismo que digan o no lo que dijeron los oradores. De la misma manera que daba lo mismo que vengan o no quienes vinieron. Y sin embargo, algunos viajaron largas distancias para hablar apenas 15 minutos ante un auditorio en el que a nadie le importaba demasiado todo lo que se decía. Así es que la formalidad artificial deja sentado que la reunión aprobó, entre bostezos y mucha gente pensando en la inmortalidad del cangrejo, una declaración final que no compromete a nadie a nada.
Como así estaba previsto que ocurriera, a la reunión vinieron los presidentes amigos o ideológicamente afines, nada más. Del vecindario estuvieron los mandatarios de Argentina, Cuba, Ecuador, El Salvador, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Y junto a ellos los de Gabón, Guinea Ecuatorial, Zimbabue, Bangladesh, Sri Lanka y las Islas Fiji. Previsores, los que crearon el G77+China, hace 50 años, cuando dijeron que todo lo deben aprobar por consenso, aunque no los comprometa a nada.
Realizar proselitismo interno con la mira puesta en la re reelección el 12 de octubre en ese escenario ajeno resulta pues extraño. Hablar de los “logros” propios, de “los éxitos del modelo” y tratar de convencer a los delegados de Zimbabue o Bangladesh, por ejemplo, de que en el país se practica lo que se dice y se hace todo lo necesario para eso del “vivir bien” suena raro. Pero sobre todo inútil, porque los de afuera “son de palo”, como diría Mujica. Y los de adentro conocen bien lo que sucede y esos días, además, estaban más interesados en la entrada del Gran Poder o en el Mundial de fútbol. Parece pues difícil entender cuál fue o es, realmente, la finalidad de incurrir en un esfuerzo y un gasto tan grandes, incluidos los dos días feriados, para organizar una reunión tan insulsa.
De paso, si la pretensión fue ganar apoyo ciudadano en Santa Cruz con las obras de mejoramiento urbano y de infraestructura, la lluvia del viernes le lavó el maquillaje a todo lo ejecutado. Por paradójico que parezca, el esfuerzo oficialista terminó beneficiando finalmente a la oposición, aunque no exista todavía medida del impacto. La reunión inaugural, con toda la expectativa que concitó y la ventaja de hablar ante un auditorio todavía fresco y despierto, le permitió lavarse la cara al gobernador de Santa Cruz. En lo poco que dijo en nombre de los sin voz, dijo mucho. Y hoy puede reivindicar, otra vez, banderas que pareció haber arriado.
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