Todas las experiencias del pasado hasta el año 2005 y las tenidas en los últimos ocho años, han demostrado que no aprendemos de los males sufridos porque seguimos en caminos de discordia y desentendimiento sea por causas políticas, económicas o sociales. Muchas veces, los partidos políticos de las diferentes tendencias han expresado tener voluntad para encontrar caminos coherentes que permitan encarar los problemas nacionales tomando conciencia de lo que realmente somos, qué queremos y hasta dónde pretendemos llegar; pero…
Permanentemente, las buenas intenciones se las llevó el viento y, más concretamente, se quedó como demagogia de los diferentes grupos partidistas con la diferencia de que cada uno, en su momento, se ha mostrado dispuesto a la concordia, pero culpando a los otros de no desear seguir por ese camino. De todas maneras, se ha repetido el mismo yerro: creer que cada grupo político es el predestinado y que su posición ideológica es la mejor y por ello hay que despreciar lo que otros propongan.
Si se analiza la historia nacional, se llega a una conclusión: la división ha sido característica en todos y para todo. Han pasado corrientes partidistas de toda laya tanto por el gobierno como por el llano representado en el Legislativo o en la simple pugna partidista. Liberales, republicanos, genuinos, revolucionarios, nacionalistas, socialistas y de otros tintes han aflorado a la vida nacional especialmente en tiempos electorales, pero sin resultados dignos de mención porque las mejores intenciones y los buenos propósitos se han olvidado y han sido los mismos protagonistas iniciales los que, al final, han pisoteado lo que habían propuesto originalmente.
Hoy, a ocho años del gobierno llamado “socialista y plurinacional” con una oposición casi siempre en ciernes, seguimos como hasta diciembre del año 2005: no hay coherencia ni conciencia plena de país ni en el partido de gobierno ni en los que figuran en la oposición porque cada quien se cree poseedor de la verdad; pero, en el momento de mostrar las realidades que podrían ayudar a encarar los graves problemas, no hay nada.
Vivimos en permanente democracia desde octubre de 1985; cuando ingresamos en el sistema, todos creímos haber aprendido del pasado, pero empezamos a vivir tiempos de reproches y recriminaciones tanto por el pasado de “500 años” como por lo ocurrido en los años posteriores que han significado enfrentamientos y discordias hasta culminar con los hechos de octubre de 2003; desde entonces, se reeditaron los hechos que se creyó podrían ser abandonados debido a que se pensó que los diversos grupos sociales apoyarían y respaldarían las políticas del régimen del señor Morales y su partido; pero todo se ha mostrado diferente y el día a día se ha vivido en medio de protestas, marchas, manifestaciones, exigencias con o sin límite, chantajes y otros extremos hasta llegar al peor: el bloqueo que es la forma más contundente del terrorismo.
Estamos a cuatro meses de las elecciones de octubre; hay candidatos de diversos grupos, cada uno optimista de su posición y posibilidades en la aceptación del pueblo que, es bien sabido, se decide tarde, bien y mal a último momento por quién votará, porque durante la campaña nadie le mostró posiciones coherentes, sinceras, ciertas, serias y realizables porque ninguno de los candidatos está seguro de lo que quiere y busca sólo el poder por el poder. La demagogia y el populismo son pan de cada día que cansa y empacha al pueblo que no ve nada constructivo que le permita albergar esperanzas.
Existe el criterio de que, a estas alturas, bien podrían haber conductas de desprendimiento y llegar, conjuntamente todos, a una posición en que es urgente reunirse y, examinando consciente y honestamente la situación, sin subterfugios ni mentiras, sin demagogia ni populismos baratos ver qué es lo que conviene al país, qué es lo que se puede hacer en lo inmediato y en lo mediato para salir de una especie de postración en que vivimos y que nos quiere acostumbrar a ver éxitos donde no los hay, a ver avances en lo económico y social donde todo está débil y en curso de poder ser realidad pero siempre que hayan condiciones de seriedad, honestidad y responsabilidad.
Juntar o reunir a todas las fuerzas políticas para dialogar, concertar y convenir en verdades no debería costar mucho esfuerzo en desprendimiento y humildad, no debería significar sacrificio a ninguna de las partes y menos ser motivo de enrostramiento de lo mal que se hizo y ha sufrido el país; pero, que, a su vez, ha tenido avances que no han logrado llegar a los objetivos anhelados por todos, pero todo lo positivo debe ser examinado y hasta calificado por todos en planos de honestidad y sinceridad que generalmente falta en la política partidista.
No actuar en concordancia con el país, de nada servirá a las fuerzas contendientes para las elecciones; al contrario, toda conducta constructiva permitirá que cada candidatura tome conciencia de realidades y se acomode, en sus programas e intenciones, en su vocación democrática a esas realidades abandonando lo que es retrógrada para ellos mismos.
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