Yuri Mirko Ríos Madariaga
Esta “fiesta” contaminante tan arraigada en la cultura popular tiene su origen en mitos y ritos paganos del Viejo Mundo. Traída a las Américas por los conquistadores ibéricos como una más de sus costumbres, en la actualidad acorde a las circunstancias en que vivimos, no puede tener cabida en nuestra forma de pensar y proceder. Fue quizás admisible para esa época en la que recién se emergía del oscurantismo que había sumido a la humanidad por mil años y que, desde luego, quedaron vestigios que terminaron envolviendo a la gente de ese entonces. Ejemplo es el legado de prácticas obsoletas y nocivas para el planeta y los seres vivos.
Foránea y totalmente cuestionada, debe quedar en el olvido cual si fuera una pesadilla que jamás se desea recordar. Hoy son tiempos diferentes de trascendental cambio, la especie humana debe asumir conciencia y responsabilidad por lo que hace e ineludiblemente involucra la suerte de su único hogar que gira y gira en el vasto universo. ¡No hay dos Tierras ni más vida científicamente comprobada que aquí!
Recuerdo cuando era niño, una vez había preguntado a mi maestra de básico (primaria) si era bueno participar de la fogata de San Juan. No había necesidad de palabras para darme una respuesta, su mirada expresiva bastaba para entender lo que su corazón decía. Era como si ella hubiera presagiado lo que ocurriría treinta años después en los cielos de nuestras ciudades: días sombríos por la presencia de partículas y sustancias contaminantes y noches en las que es difícil apreciar el solo titilar de las estrellas.
La educación medioambiental impartida en las escuelas y colegios, por lo visto, sigue con deficiencias como consecuencia de antiguas estructuras heredadas, pese a ello es de vital importancia y debe estar encaminada a dar soluciones con acciones factibles a corto o mediano plazo; más aún cuando el actual Gobierno y sus seguidores pregonan a los cuatro vientos acerca del cuidado y respeto que se debe guardar a la madre tierra, que de hecho no está mal, sin embargo esta buena intención -que por el momento es sólo eso- carece de un auténtico compromiso que la ponga en práctica.
Si bien en los últimos años hubo avances significativos en la reducción de la contaminación atmosférica para esta fecha, dar otro sermón medioambientalista y de lo perjudicial que representa para la salud pública, es justo y nunca está demás. Ideal sería que haya seminarios o talleres orientadores, gratuitos y permanentes sobre este asunto que sensiblemente año tras año se repite y al que aún no pocos le dan oídos sordos, pese a las propagandas que alertan de las consecuencias nefastas de encender juegos pirotécnicos y quemar. Expresiones como “sólo quemamos un día mientras que otros chaquean semanas enteras” están desubicadas en el tiempo. Al respecto, con el aporte de un minúsculo grano de arena, al final siempre habrá una recompensa que se reflejará en la obtención de una mejor calidad de vida.
Llegar a la conciencia de toda la población constituye una ardua tarea que implica un cambio -como ya mencioné- en la conducta y manera de pensar individual y colectiva que sea de beneficio para la casa grande, nuestro hogar: la Tierra.
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