El pecado de la soberbia es matiz casi obligado de la política partidista según se demuestra por antecedentes de muchos hombres que han logrado posiciones de poder debido a la política partidista. No es extraño el mal con quienes adquieren poder económico y social. Gente muy rica y adinerada casi siempre vive acompañada por el orgullo, la petulancia de tener y hacer alarde de ello. Personas que tienen poder social con el manejo de organizaciones económicas, cívicas y sociales, deportivas o de cualquier género con inclusión de sindicatos, federaciones, etc., se muestran dueñas de todo y de todos.
Pocos, muy pocos son los seres humanos que contando con poder lo utilizan con humildad y conciencia de que el tener debe ser razón para comprender el valor de lo que se tiene y, sobre todo, para comprender cuál es la situación de quienes no tienen, no disponen a veces ni de lo necesario para vivir. El poder debería ser atributo primigenio de quienes tienen virtudes, valores y principios por y para la solidaridad, condiciones para comprender que todos los seres humanos son parte de la humanidad y que, generalmente y sin intervención directa, han sido instrumentos para la creación de riqueza y, mucho más, para el logro de poder político.
El poder es, de algún modo, sinónimo de gobierno, de administración, de conducción y de servicio; no debe ser instrumento para adquirir más poder y más beneficios. Kung Tse (Confucio) decía a sus discípulos: “El hombre, cuando tiene poder, pierde noción de su propio yo, actúa bajo la premisa de buscar o querer más. Son mentes cegadas por la ambición y la avaricia que no ven su entorno que está conformado por seres humanos como él”. Esta es realidad de todo tiempo y en todo país; lo grave es que en muchos casos, el poder es adquirido por métodos o medios indebidos, usando a quienes desprecian, aíslan, niegan todo derecho.
El poder, sea político, económico o social, debería estar acompañado por la humildad, que es caridad o sea entendimiento de que “la vida da y quita” según circunstancias y comportamientos. La política partidista usa y utiliza a las personas, las manipula y chantajea; abusa de la credibilidad y hasta inocencia de pueblos íntegros que siempre actúan plenos de esperanzas. Que hay excepciones, es innegable; pero el mal de la corrupción debido a la soberbia es tan grande y está tan diseminado, especialmente en tiempos electorales, que siempre existe el peligro de que los buenos y sanos políticos se hagan parte de medios indebidos de comportamiento.
Vivimos tiempos en que la política partidista tendría que mostrar valores y principios que luego, muy luego en el poder del gobierno o en el llano, demuestren que han sido sinceros, honestos y responsables en sus ofertas al pueblo y no actúen contra sus propias intenciones y principios sólo divulgados para conseguir votos.
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