Hugo Saúl Gutiérrez León
¿Cuál es la argamasa que une el pensamiento de la gente? ¿Qué es aquello que también funge de motor para procurar acciones en pro de lo que se consigna como el “deber ser”?, ¿cómo se acomete contra el horizonte en busca de lo que se cree cierto y verdadero? No debe existir controversia sobre la respuesta: “ideales” -sin pretender la disquisición de cuál es la nomenclatura propia para la academia, “ideales” tiene la acepción que se busca-. Con esa aclaración sólo resta abordar una cuestión que va pululando por los centros de poder.
Los devenires políticos que van surcando el espectro electoral dan cuenta que hoy las banderas que se enarbola son sólo estandartes descoloridos de la partidocracia, vacíos, huecos, como bagazo que sale de la factoría, carecen de contenido y sustancia. Todo parece indicar que no existe un norte ideológico que sepa dirigir los esfuerzos y colme de ansias el fuero interno de sus seguidores por la materialización de Estos; el elemento común a estos actores políticos será, pues, en todas sus instancias, el afán electoralista, que no es otra cosa que el ansia desbocada por detentar el poder.
Emerge otro cuestionante, entonces ¿por qué debería votar por alguno y no por cualquier otro? Al parecer lo único que distingue a un político de otro es el color de las siglas que pintan por doquier, la muletilla de un trasnochado eslogan propagandístico.
Es posible afirmar que con bastante liviandad los actores políticos se mudan de una casa política a otra, se genera entonces el espectáculo que de por medio y por los medios, trae las sonrisas, abrazos y juramentos de amor eterno, que a la postre se ven obligatoriamente olvidados por una “nueva, oportuna y consciente decisión política”.
Para ponernos en contexto histórico nacional, nuestra clase política tiene vasta experiencia, incluso en cruzar “ríos de sangre”, cuando la orilla de enfrente tiene pastos más verdes y prometedores.
La falta de planteamiento ideológico en los partidos políticos, que sólo manifiestan un interés electoralista genera por parte de los políticos un marcado desinterés para con el “deber ser”, con lo que debería ser el norte real de todas sus aspiraciones. Es esa la respuesta que encontramos al cuestionar cuál el motivo de la facilidad con que se producen los cambios de partido político de uno o de otro candidato en potencia.
Entonces brotan las letras escritas por Víctor Jara, y a la cual se debe el título de estas líneas, que por la década de los 70 decía: “Ni chicha ni limoná” y este último apelativo es el más apropiado para definir esta mentada actitud tan reiterativa en nuestra clase política (sí, es una clase burocrática y social); este es el compendio descriptivo exacto y melódico de quienes mientras navegan en las aguas de la política siempre se dirigen a donde el viento es más favorable.
El autor es abogado de profesión.
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