Todos sabemos que la tierra, guiada por la mano creadora de Dios, ha necesitado miles de millones de años para formar las condiciones que le permitan producir la vida; y, una vez producida, han debido transcurrir varios millones de años más para que vaya transformándose hasta alcanzar el nivel de los primates. A su vez, para que el ser humano haga su aparición en el planeta nuevamente han transcurrido miles de años. Esto nos muestra la calidad e importancia de la vida superior, pues en ella nos encontramos ante el milagro de la aparición de la inteligencia autoconsciente, unida a la voluntad creadora, y abierta a las voces del espíritu que nos llama a ir cada vez más arriba, con sus voces de libertad y trascendencia resonando en nuestro interior.
Los primeros humanos que ambularon por la superficie en busca del mantenimiento de la vida y de la construcción de su ser interno, fueron muy respetuosos con el medioambiente, tanto que hasta lo divinizaron. Más tarde, con el advenimiento de la agricultura, este respeto a las leyes de conservación de la vida se fue reforzando; esto siguió así hasta la revolución industrial, cuando, con la explosión del egoísmo desmedido, ávido de grandes ganancias, la tierra fue vista como objeto de explotación para unos cuantos. Como podemos ver, el egoísmo ha ido en sentido contrario a la evolución de la vida, puesto que, en pocos años, ha ido destruyendo aquello que ha necesitado miles de millones de años. Fenómeno que muestra la potencia del alma humana, capaz de deshacer cuanto encuentra, en nombre de la libertad; en este caso, de la libertad de empresa.
Actualmente estamos cobrando consciencia de que nuestro destino como especie, y aun la conservación de la vida misma, está no sólo en manos de la naturaleza y sus leyes, sino que estamos cambiando nuestra óptica ante la tierra y la vida. Ya no nos vemos como dueños y señores de ellas, sino como administradores de estos bienes y, por lo tanto, responsables de ellas ante quien es el verdadero dueño: Dios, y también nuestra descendencia.
Si vemos a la vida como uno de los mayores bienes que se nos ha entregado para conservarla y aprovecharla en nuestro beneficio material y espiritual, debemos estar conscientes de que absolutamente todos los seres humanos, somos responsables del cuidado del medio ambiente. No es cuestión de echar la culpa al otro, sino de comprender que cada uno de nuestros actos, de una u otra manera, repercute en la cadena de la vida: o bien la conserva, o bien la destruye. Yo soy responsable de la vida; mi actividad cotidiana en relación con la conservación de la pureza del aire, de la fecundidad de la tierra, de la calidad de las aguas, etc. tiene importancia global, porque con la suma de actos negativos vamos produciendo el deterioro del ambiente, que, a su vez, se está volviendo contra nosotros.
Basta ver cómo, en Bolivia, hay regiones que debido al cambio climático, no han podido recoger la otrora tradicional cosecha de frutos, o de granos, y cómo los ríos están perdiendo especies de peces, ayer abundantes; hoy pobres, o extinguidas. Por ese motivo, los gobiernos del mundo se han preocupado de legislar adecuadamente para frenar e impedir el deterioro del medioambiente. Lo curioso es que, aquí, paralelamente a los discursos en defensa de la Madre Tierra y sus derechos, muchas autoridades se hacen de la vista gorda en relación con la contaminación de los ríos con los desechos mineros, cuando quienes los vierten son cooperativistas afines al gobierno; o cuando la siembra de la coca hace que la tierra deba esperar varios años para recuperar su capacidad productiva de frutos agrícolas; tampoco miran que buena parte de la coca va a manos de los narcotraficantes, que con sus productos químicos matan a la tierra y contaminan los ríos; y así, una larga lista de actitudes de ceguera selectiva; no obstante que en la Constitución, que esas autoridades han jurado cumplir y hacer cumplir, hay toda la sección I del Capítulo V dedicada al “Derecho al medio ambiente”, y se ha instituido un Tribunal Supremo agroambiental que proteja y vele por el “Medio ambiente, Recursos Naturales, Tierra y Territorio”, tal como prevén los artículos 342 al 358.
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