Chile nos tuvo y nos tiene ojeriza desde los tiempos de cambio e integración que promoviera el Mariscal Andrés de Santa y Calahumana. Una iniciativa política, que en su momento surgiera como la señal del reencuentro de dos pueblos profundamente hermanados por la historia, culminó despertando la suspicacia de quienes se habían propuesto “pisar fuerte” en esta parte del continente sudamericano.
En consecuencia la dirigencia política de Chile consideraba que la Confederación Perú - Boliviana era una seria amenaza para los intereses de ese país. Entonces emergieron, aquí y allí, las conspiraciones de toda índole, en contra de ella.
Ojeriza que ha incidido en la multiplicación de los agentes pro chilenos siempre predispuestos a someterse ante el vecino con aires de poderío tanto económico como bélico. Ellos llevaron a cabo una actividad revanchista, turbia y tenebrosa, en contra de los supremos objetivos, que se desprendían del pensamiento político crucista.
Esa ojeriza ha resurgido con mayor fuerza, hoy, debido a la demanda marítima interpuesta por Bolivia, en contra de Chile, exigiendo una solución de “buena fe” al centenario enclaustramiento, sin mencionar el Tratado de 1904, suscrito bajo la presión del invasor. He ahí la verdad que jamás aceptó el agresor de 1879.
Aquéllos agentes pro chilenos que se movían a cambio de gratificaciones, alentaron la defección en las tropas del Mariscal Santa Cruz, frente al enemigo chileno, que provocó el desastre de Yungay, cuyo saldo fue la pérdida de “más de cuatro mil hombres entre muertos y prisioneros sobre el campo” (Manuel Frontaura Argandoña: “La Confederación Perú – Boliviana el Mariscal Santa Cruz y la Santa Sede – Documentos inéditos-“, 1977, pág. 116). Por lo visto aquéllos contribuyeron a destruir el histórico instrumento de la Confederación que intentó fusionar en una sola Patria a dos pueblos sudamericanos que habían compartido un destino común desde los legendarios tiempos del incanato. Compartieron, asimismo, dichas y desdichas, en el largo periodo del sometimiento ibérico, es decir desde que Colón ató sus carabelas en puertos de América.
Hubo, inclusive, un gobernante boliviano que congratuló al ejército chileno por el triunfo alcanzado en la batalla de Yungay, frente a las debilitadas fuerzas comandadas por el Mariscal Santa Cruz. Inconcebible, desde todo punto de vista, por el hecho de que esa comunicación, de carácter oficial, comprometió la dignidad nacional.
“Santa Cruz, hombre superior a su tiempo, vislumbró una patria grande y fuerte, mediante una Confederación de Estados, empero, estaban al acecho los hombres pequeños de alma y espíritu. Desde fuera, así como defendiendo mezquinos intereses, en el interior de los países confederados, provocaron su caída y alejamiento” (Carlos Manuel Silva: “El genio militar del Mariscal de Zepita”. EL DIARIO, 7 de diciembre de 1965).
En suma: los agentes pro chilenos le hicieron un flaco favor, en todos los tiempos, a Bolivia.
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