Cuba:
David G. Gross
Nardo Faracas andaba por toda Palma Soriano, ciudad del Oriente de Cuba, ribereña con el Río Cauto con una camarita fotográfica Kodac, allá por los años 30 del pasado Siglo XX. Bajetón aunque fornido, de piel blanca curtida por el sol y con sombrero de paño ya fuere en invierno o en pleno verano, tenía una señal característica en el rostro: bigotico fino y dibujado a punta de navaja igualito al de su cantante favorito: Carlos Gardél y además, cuando Faracas abría los labios para pronunciar algunas frases, el tono de la voz y el deje era como si estuviéramos escuchando al Morocho del Abasto.
Nardo usaba los pantalones, los fardos gardelianos, los zapatos de dos tonos con un brillo a rabiar y en el invierno palmero, aunque hiciera solo una ligera brisa que llegaba del Norte, no dejaba en casa la bufanda con una vuelta completa sobre el cuello y desmadejada después en el saco porteño abierto a desgano.
Trabajador de un central azucarero a dos kilómetros de la ciudad en zafras de dos o tres meses con salario seguro, en los llamados “tiempos muertos”- períodos sin trabajo entre molienda y molienda- se dedicaba a tirar fotos a domicilio, por todas las calles, en bares y cantinas, funerarias, cumpleaños de 15 y bodas, amén de los mítines políticos de cualquier partido que al fotógrafo ambulante le daban lo mismo Liberales que Demócratas o Conservadores y Pausistas. Nardo tiraba buenas fotos, era artista del lente de nacimiento y revelaba e imprimía las postales en el laboratorio de su Amigo del alma, el chino Mario Loo, sito en las calles Maceo esquina a José A. Saco, donde además de la llamada “foto-grafía artística” se vendían artículos Made In China salidos de la artesanía cantonia-na.
Faracas tenía pasión por Gardel, por el tango, lo cantaba y bailaba como ninguno y en su ropero había varias mudas de trajes copiados por los sastres locales de fotos de revistas donde aparecían el bardo bonaerense, casi siempre rodeado de bellas muchachas. Nardo imitaba el caminar de Gardel, el tornear de los ojos de Gardel, la forma de ponerse la boquilla del ciga-rrillo en los labios y el halar y exhalar el humo del pitillo para que se mantuviera unos segundos bajo el ala delantera del sombrero ladeado como lo usaba El Maes-tro.
En la esquina del Parque José Martí que daba para el Teatro Principal se reunía la Peña del Tango, una docena más o menos de copias fieles de Gardel y Nardo era el propulsor principal. Se pasaban horas has-ta la madrugada los sábados y algún que otro domingo, todos ensombrerados, con traje aún en un tórrido vera-no, entre canciones, silbidos y piropos a las pebetas loca-les que respondían con risa y burlas ante las ropas, los sombreros y las frases de pa-labras arrastradas desde el Cauto hasta el Río de la Pla-ta.
Nardo Faraca se hizo fa-moso por haber codirigido con el Chino Mario Loo la única película filmada en toda la historia de Palma Soriano. Usaron una cámara Kodac de 18 milímetros y los escenarios fueron montados en el Palacio Sariol, edificio con visos de torre con solo tres pisos, en el Teatro Principal, y entre otros lugares, ahora se les llama locacio-nes, se usaron muchas partes del Palacio Consistorial en sus dos pisos, un edificio ecléctico donde funcionaba la Alcaldía que cada cuatro años cambiaba de dueño de acuerdo al rejuego electoral de la Demo-cracia Representativa de entonces y una multitud de palmeros seguían a los artistas improvisados, bellas muchachas con tra-jes prestados por las señoritas ricas del Unión Club. Lo que más trabajo le dio a Faracas fue pasarse semanas tratando de enseñar a hablar en lunfardo a los aficio-nados al séptimo arte al cual el español cubano y el caló no se parecen en nada.
Todo terminó con el tercer rollo pues se acabó la plata para comprar otros en la Fotografía Pérez y no había plata o yira como decían todos ni para la merienda y el tiempo borró de la mente de los palmeros de verse en las pantallas de los Cines Encanto o Heredia. Otra incursión de Fa-racas fue en los años 40 montar en las tablas del Teatro Principal la Obra MA-DRECITA, escrita, dirigida y en el papel principal el propio Nardo y todos los parla-mentos de los artistas en lunfardo. Solo se dieron 3 presentaciones, con entradas vendidas por Nardo y los artistas aficiona-dos y el lleno fue total, tanto que el dueño del Cine sacó una corneta altoparlante para que en el Parque se pudieran escu-char las voces y el sonido de la música.
El fue Nardo Faracas, tanguero de naci-miento, porteño de sangre, sudor y lágri-mas y cuando falleció el Morocho en un accidente de aviación, cuando dieron la noticia por La Voz del Cauto, la emisora local, todos los miembros de la Peña del y tango se pasaron la noche llora que te llora y con una pieza de tela negra en un ante-brazo en signo de duelo. Cantaron a coro las principales melodías que hicieron fa-moso a Carlitos Gardel y cientos de perso-nas los rodearon. No hubo piropos a las pebetas, ni silbidos, solo lágrimas y can-ciones en esta pequeña ciudad de enton-ces, en el Oriente de la Isla de Cuba, tan alejada en miles de kilómetros de Argen-tina, pero unida a ella por la admiración de muchos hombres pequeños a un hombre grande: Carlos Gardel.
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