El santoral católico contempla la celebración de Todos los Santos dedicada a conmemorar a los difuntos, rito que tiene lugar el 1 de noviembre, reservando el siguiente día (2 de noviembre) a los vivos (en el sentido cabal y no figurado de la palabra). Siendo fecha religiosa, el primer día es de oración y de asistencia a misa. En tiempos pasados, pero no lejanos, las familias, en efecto, veían en el culto la mejor evocación de sus antepasados y allegados muertos. Se trataba también de promover el mayor número de oraciones en sufragio de las almas con la participación de parientes, amigos y vecinos. Para retribuir de algún modo esa atención, se tenía dispuesta una mesa de bocaditos dulces o masitas y “tantawawas” para convite de los visitantes. El mismo día 1 de noviembre se colocaba los retratos o fotografías de los difuntos de la familia en una especie de altar doméstico adornado con un ramillete de flores, velas ardientes, sin olvidar el agua bendita.
Sin embargo, después de algún tiempo de la mesa dulce se derivó a las viandas -sin descartar a las primeras- que fueran de predilección de los difuntos y también bebidas que gustaban. Surgió entonces en ciertos estratos sociales, la costumbre de llevarlas a los cementerios en calidad de ofrenda y ante la falta de apetito de quien yacía, se procedía y aún se procede -pese a las prohibiciones- al consumo de las comidas y en especial de las bebidas, con las consecuencias que son de imaginar. No falta la venta de bebés de yeso con destino a mujeres que ansían ser madres y una serie de modalidades atribuidas a la “fiesta” de Todos Santos, epíteto equivocado, pero repetido por los medios de comunicación. La meditación y la recordación a la que invita la ocasión no pude tratarse de una fiesta, de una diversión.
Pero no hay duda que popularmente pasó -como tantas otras a lo largo del año- a uso repetitivo o costumbre, sobreponiendo el conjunto de aditamentos al motivo principal. Como anillo al dedo, los comerciantes especializados obtienen buen partido. En sintonía con la política reinante, se ha puesto de moda propalar que celebraciones como la de Todos los Santos tenían lugar ancestralmente en la Colonia. Se dice que era una celebración originaria de amistad alrededor de huacas y túmulos mortuorios, cosa que, como se comprenderá, carece de fuente objetiva de corroboración. Otra novedad es que para librar del olvido a personajes de culto laico, la cancillería y la Asamblea Plurinacional sirven colmadas mesas, involucrando también a las almas con la política.
Desde hace más de una década se ha venido a sumar el Halloween, cuya faz más inocente es la visita de los niños a los vecinos de barrio, quienes actuando de anfitriones les agasajan con golosinas. Se cuenta que Halloween se originó en los países escandinavos, de donde se trasplantó a Norteamérica. La globalización difundió sus ritos al resto del mundo y a países como el nuestro con síntomas de alienación, pero más puede el snobismo. La tradición original nacional es la que referimos en las primeras líneas de la crónica. Los inventos posteriores y lo venido del exterior no han eximido a los sectores mayoritarios y, sin duda, han cuajado a las mil maravillas en un pueblo siempre dispuesto a festejos habidos y por haber.
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