Nuevo palacio de Gobierno a la vista

El acto postrero del periodo de Gobierno que fenece y la inauguración en puertas de la nueva gestión, está marcado por la firma del contrato para la construcción de la “Casa Grande del Pueblo” o nuevo palacio de Gobierno. El edificio de 32.000 metros de construcción y 23 pisos entre las calles Potosí y Ayacucho será monumental, pero sin concierto con el casco histórico central de la ciudad. El coste contratado es de Bs. 252.465.000, adjudicado sin licitación que se conozca.

Se dio a conocer que albergará patios cerrados multiuso, un enorme vestíbulo, despacho presidencial, oficinas, seguridad, varios auditorios, etc., incluyendo un helipuerto. Por el detalle expuesto en el acto contractual, se ve claramente que uno de sus principales destinos es albergar cientos de personas reunidas y que el jefe del Ejecutivo cuente con amplios auditorios para sus frecuentes intervenciones verbales.

El actual Palacio de Gobierno fue calificado como una “ratonera” por el presidente Morales, criticando “esos dibujitos, símbolo europeo” (sic), en relación con su ornamento. Se dijo también que el Palacio Quemado fue modelado en la época “neoliberal”, desde donde se despojó al país de su “patrimonio y de su memoria”, siendo su futuro un museo. Se advirtió que el nuevo Palacio no tendrá referencia colonial alguna, tampoco republicana. Si tanta es la incomodidad, pareciera no esperarles mejor suerte a ciudades de típico acento colonial como Sucre y Potosí.

A la inversa de esta posición, lo cierto es que las naciones conservan y rinden tributo al legado de otras culturas y civilizaciones que, inclusive, las sometió y colonizó. Tal sucede con las ruinas griegas, romanas, árabes, etc. que se esparcen por la geografía europea. Lo propio sucede en América respecto del pasado colonial. En verdad, al otro lado del océano se atesora estos bienes porque se insertaron en su cultura hasta el presente. Es innegable que algo similar ocurre a nuestro país respecto de la Colonia, en sus costumbres, modos de vida, religión, etc., resultando extraño alejarse de esa realidad objetiva.

Calificado el caserón de la plaza Murillo como escenario de hechos “ruines pero también nobles”, contempló también situaciones de sumo dramatismo como la historia misma del país. Sus muros son testigo de las meditaciones y padecimientos morales de los presidentes en las guerras que desgarraron el territorio nacional, así como en trances de dolor por las luchas intestinas, las estrecheces económicas que fueron el duro pan que mascullaron los mandatarios sin alternativas a las que recurrir y tantos otros contrastes y avatares de la vida nacional. Las familias sólo se desprenden por apuros o necesidades insalvables de los bienes que les traen el recuerdo de sus padres y donde se criaron y crecieron. Si es verdad que gran parte de la historia se teje en recintos específicos, no en vano las naciones siguen trazando su destino desde esos recintos (palacios) que marcan el pasado y pueden guiar su presente.

Como se ve, la nueva construcción tiende de borrar con énfasis el pasado colonial, pero lo sustituye con una monumental obra de emblemático corte capitalista, luego neoliberal. Está previsto que rasgos de la fortaleza inca de Kalasasaya –situada en el Perú- matizarán sus interiores.