Era una vez el lago Poopó

En esta vida, hay cosas que se ve y otras que no. Entre las cosas que no se ve está la contaminación provocada por la minería. Como no se la ve no hay cómo tratarla, pero habrá un momento en que se verá las consecuencias en la salud de los habitantes y eso no se sabe cuándo ni cómo ocurrirá. Los invisibles contaminantes del lago Poopó nos causan un terror silencioso, pues lo convierten como el lago más contaminado del mundo.

¿Por qué decimos terror silencioso? Pues como no se nota, no hay forma de protestar ni convencer a la gente del efecto producido por la fuerte contaminación que resulta de las actividades mineras; y los centros mineros no cuentan con acciones y obras de descontaminación, lo que afecta directamente el uso de agua para el consumo humano. Los procesos de contaminación ambiental ocasionan pérdidas incalculables de la biodiversidad de fauna y flora, la desaparición rápida de los pueblos originarios.

El arrastre de estaño, plomo, plata, zinc, arsénico, antimonio, manganeso, hierro, cobre, cadmio, cobalto, níquel y cromo al lago Poopó tiene como consecuencia que los principales cuerpos de agua de la cuenca no sean aptos para el consumo humano y tengan limitaciones para el uso agropecuario.

La seguridad alimentaria, ante la prolongada presencia de contaminación y salinización de suelos por causa de actividades en la región y la ausencia de planes para la descontaminación, rehabilitación y alivio de los impactos negativos en la población y en el medioambiente, está en peligro. ¿Quién garantiza que en el futuro cercano no existirá problemas de salud y quién toma la responsabilidad por la salud de los pobladores de la región? Son interrogantes que no debemos dejar que pasen por invisibles, tenemos que dar un grito para que alguien escuche.

El momento en que nadie llame al lago Poopó por su nombre, sino como el Salar Poopó, será una pesadilla.

La autora es docente investigadora de CEPIES/UMSA.