La invasión anglo- chilena de 1879 marcó profundamente la historia de Bolivia, pues implicó la reducción de su territorio fronterizo con el agresor y la consiguiente pérdida de su soberanía sobre el océano Pacífico.
Empero las cosas no pararon ahí, sino que Chile desató una serie de agresiones en contra de Bolivia, que son de conocimiento público. Al extremo que fueron sembradas de minas terrestres antipersonales sus fronteras con el país. Como consecuencia de esta realidad política se tensionaron, en más de una ocasión, las relaciones diplomáticas boliviano- chilenas, obviamente con algunos paréntesis en los que se invocó al acercamiento binacional.
Chile jamás abrió la mente y el corazón para debatir, de cara a los hombres y la historia, la solución del enclaustramiento marítimo provocado por su acción vandálica. No lo hizo pese a que Bolivia expresó, en reiteradas circunstancias, su predisposición al diálogo, a fin de abordar el tema. Qué bueno hubiera sido encontrar puntos de coincidencia, en este asunto, en consulta con los intereses de ambos países. Pero no hubo la intención chilena para hacerlo.
La solución pacífica de controversias entre Estados ha significado siempre una enorme contribución a la construcción de un proceso político de verdadera integración. Así se trató de solucionar tradicionales dificultades que impedían una aproximación entre naciones latinoamericanas.
Un ejemplo reciente que se ciñe al marco de esta realidad histórica es el conflicto peruano-chileno dirimido de manera pacífica, es decir con la intervención de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, entre vecinos que nos pusieron el “candado” del Tratado de 1929, hecho que nos alejó mucho más del propósito de recuperar nuestra cualidad marítima, que nos arrebató Chile en el siglo XIX.
En consecuencia los objetivos del expansionismo y de la agresión ya no tienen cabida en nuestros tiempos. De ello están persuadidos los jefes de Estado y los pueblos en la actualidad. Y particularmente el gobierno de tendencia izquierdista que preside la señora Michelle Bachelet.
Empero algunos gobernantes, resabios indudablemente de la oligarquía que motivó la toma de nuestro Litoral, se pavonearon, en el pasado inmediato, ostentando recursos bélicos de última generación. Ciertamente lo hicieron al tratar de renovar su flota aérea con la adquisición de aviones F-16 de procedencia norteamericana.
Dicha compra realizada por Chile es una señal amenazadora para sus vecinos con quienes tiene cuentas pendientes y, en particular, con Bolivia, un país de propensión pacifista, que tuvo que recurrir al tribunal de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en busca de ser escuchada en torno a su centenario problema.
Es una postura intimidatoria que no dejó de preocupar entonces a los países de la región.
En suma: Chile, en vez de buscar una solución dialogada al diferendo que tiene con Bolivia, ha preferido tomar rumbos de confrontación, que enemistan y crean resquemores, ahora más que nunca.
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