José Carlos García Fajardo
Como seres humanos, debemos buscar que nuestra vida esté tan cargada de sentido como sea posible, preocupándonos por ser felices.
Tan sólo podemos emplear bien el presente. Debemos comportarnos de forma responsable y con compasión por los demás. La compasión, como la justicia, la solidaridad, el ejercicio de la libertad y todas las virtudes, exigen relación con los demás. Ese comportamiento obedece a nuestros intereses porque es la fuente de toda felicidad y alegría, y el fundamento para tener buen corazón. Nuestra felicidad está unida a la felicidad de los demás. Es imposible ser feliz a solas.
Por medio de la amabilidad, del afecto, la honestidad, la verdad y la justicia hacia todos los demás aseguramos nuestro propio beneficio. Es de sentido común.
Podremos rechazar la religión, la ideología y la sabiduría recibidas de nuestros mayores, pero no podemos rehuir la necesidad de amor y compasión.
“Esta es mi religión verdadera, mi sencilla fe. No es necesario un templo o una iglesia, una mezquita o una sinagoga; no hay necesidad de una filosofía complicada, de la doctrina o el dogma. El templo ha de ser nuestro propio corazón, nuestro espíritu y nuestra inteligencia. El amor por los demás y el respeto por sus derechos y su dignidad, al margen de quiénes sean y de qué puedan ser. Esto es lo que todos necesitamos”, decía el Dalai Lama en su libro El arte de vivir en el nuevo milenio.
En la medida en que practiquemos estas verdades en nuestra vida cotidiana, poco importa que seamos cultos o incultos, que creamos en Dios o en el Buda, que seamos fieles de una religión u otra, o de ninguna en absoluto. En la medida en que tengamos compasión por los demás y nos conduzcamos con la debida contención, a partir de nuestro sentido de la responsabilidad, seremos felices.
“Con amabilidad y con valentía, acoge a los demás con una sonrisa. Sé claro y directo. Y procura ser imparcial. Trata a todo el mundo como si fueran tus amigos. Todo esto no lo digo en calidad de Dalai Lama. Hablo solamente como un ser humano; como alguien que, igual que tú, desea ser feliz y no sufrir”.
Cuando algunos se asoman a las máscaras de espejos de los voluntarios sociales, pueden encontrar respuesta en la convocatoria del Dalai Lama a una revolución espiritual que supone una revolución ética.
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