Muchas regiones de los Yungas paceños y varios lugares que tienen valles y cabeceras de valle, han sido víctimas del cultivo de coca, el vegetal -cuando es excedentario- que sirve para la fabricación de cocaína. Los Yungas tradicionalmente ha sido región productora de verduras, café, frutas de toda calidad y buena cantidad, y la ciudad de La Paz se proveía de esa producción; pero en los últimos años esas tierras se han convertido en productoras de la planta de coca.
La coca destinada a la fabricación de droga procede, generalmente, de dos sitios: el Chapare y regiones aledañas de Cochabamba y La Paz, cuyos valles son apropiados para el cultivo de coca. Parte de ésta es destinada a los usos tradicionales, como ser masticado y otros; buena parte de la producción yunqueña se vende en los valles de Cochabamba y muy especialmente en el Chapare, porque la propia producción es rechazada por los campesinos por ser “dura, gruesa y agria”, inservible para la masticación; en cambio, las hojas yungueñas son buscadas por ser “suaves y dulces” aptas y recomendadas.
Lo grave de los cultivos de coca es que empobrecen las tierras, crean raíces muy profundas que destruyen el humus y evitan el cultivo y crecimiento de otras plantas, como café, pimienta, frutas, verduras y hortalizas; consecuentemente, las grandes huertas y parcelas plenas de frutas de los Yungas prácticamente han disminuido radicalmente y son reemplazadas por cultivos de coca.
El narcotráfico es, con seguridad, el gran propiciador de los cultivos de coca, porque buena parte de la producción excedentaria es destinada a la fabricación de pasta base y cocaína cristalizada que, unida a lo que se logra en el Chapare y muchas regiones de Cochabamba, forman grandes reservas de coca que es utilizada para la droga. La coca, por su textura fuerte, es apta para que los precursores o productos químicos que son importados de los mismos países que dicen combatir al narcotráfico por ser letal para su población, sean más efectivos.
Grandes extensiones de tierras cultivables son utilizadas para cultivos de coca que han desplazado a la producción de frutas y productos alimenticios y espacios que siempre tuvieron buen mercado. Lo grave es que las políticas permisivas para el cultivo de coca y su conversión en droga no permiten que campesinos y agricultores recuperen su propiedad. Aunque la propia Ley 1.008 establece sólo 12 mil hectáreas para usos tradicionales, se ha sobrepasado esa cifra y llega a las 20 mil hectáreas que, con seguridad, en su mayor parte posiblemente se destina a la producción de droga. Rescatar tierras de manos de productores de coca, sería labor fundamental de las autoridades con miras a retornar a los cultivos tradicionales.
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