Buscando la verdad
Cuando tenía decidido ya el tema para mi primera columna del 2015 leí algo en el Facebook que cambió mi opinión -algo acaeció a medianoche del 31/DIC/2014- como para seguir creyendo que una mejor Bolivia, es posible.
“A las 12 y un minuto, después de abrazar con amor y más esperanza a mi compañera y darle un beso de esos que siempre parecen los primeros besos que se dan, salí a la calle, donde había un hombre solo que lloraba, joven, no más de 30 años. Le di un abrazo, Carol un beso, no sabemos quién es él, pero estaba solo y entonces me convencí más todavía, que está bien alegrarse y darle una chance a la esperanza, en esta fecha, precisamente”. Eso leí en FB.
Podía tratarse de un creyente, pero no, era alguien a quien todos conocemos, exteriormente “duro” -o por lo menos así lo vemos- en su ardua faena de hacer contrapoder, cotidianamente admirado y odiado por la consistencia de sus actos, alguien que hace lo que dice y vive lo que siente.
Y aunque de él muchas veces no comparto los adjetivos que utiliza en sus análisis porque taladran mis oídos casi virginales, corroboro su integridad. No hablo de cualquier tipo, sino de mi buen amigo Carlos Valverde Bravo.
No es usual que alguien tan “rudo” dé valor a un abrazo y un beso. Recuerdo lo que siempre dije siendo joven, que a un rockero o a un guerrillero nadie le gana a la hora de hacer una canción o un poema de amor...
¿Producto del ambiente navideño y la esperanza de un año mejor? Cierto, eso ayuda al desarme espiritual. Carlos mismo dijo que si no hubiera sido por la fiesta, por ahí no se animaba a saludar a un desconocido -así estuviera solo y llorando- y seguro que aquel tampoco lo hubiera aceptado. Y añadió algo lindo y profundo: que ese lapsus de entrega, de abrazar a la gente que él quiere -así como a quien no conocía- fue bueno, pues hizo el bien y se sintió bien también.
Muchos años atrás alguien hizo algo igual por mí. Cuando estaba solo, enfermo, quebrantado y desesperado -aunque “lo tenía todo”- temía por mi futuro incierto y sentía que la tierra se abría bajo mis pies. Entonces vino alguien que me abrazó, besó y consoló: Jesucristo. Entendí entonces que sólo quien te quiere de verdad comprende el dolor detrás de tu sonrisa, el amor detrás de tu rabia y las razones detrás de tu silencio, como leí por ahí. Por eso saludo hoy con beso y abrazo…
Gracias, Carlos, por compartir tu vivencia y mostrarnos que aún en los duros de la pantalla existe una pizca de amor que cuando se da la ocasión, florece…y ¡cómo!
El autor es economista, Magíster en Comercio Internacional.
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