El fundamental sentido de la vida

Armando Méndez Morales

La sobrevivencia es un hecho natural en toda especie animal. El hombre manifiesta también esta característica. En su largo caminar superó la etapa del salvajismo, tiempo en el cual compartía las mismas características que los animales, para sobrevivir. Debía extraer su alimento, a como dé lugar, de lo que la naturaleza le proveía y debía matar a los animales para comer su carne, y utilizar sus pieles para cubrir su cuerpo.

Entre las tribus era normal el despojo de unos por otros. El fuerte arrebataba violentamente al débil lo que poseía, hasta que llegó un momento; un salto en la historia, en que ese hombre primitivo introdujo el trueque. “Te doy mi cabrita muerta si tú me das tres hachas de piedra”. Había surgido el trueque, había surgido el mercado. En un principio este esfuerzo se traducía en producir directamente lo que se requería.

El resultado del esfuerzo y del trabajo, que era la cabrita muerta, se intercambiaba con el resultado del esfuerzo de quien había construido las hachas de piedra. Desde que el hombre es hombre, alguien ha tenido que producir, lo que necesitaba, para su subsistencia, por lo que surgió el trabajo, como la fundamental actividad del hombre, que no es más que el esfuerzo que debe desarrollar la persona humana para obtener lo que requiere para su subsistencia. Esto explica porque los primeros pensadores sobre economía destacaron al factor trabajo para explicar la creación de las mercancías, denominadas así a los bienes producidos, porque precisamente éstos se los podía mercadear. Sobre este hecho se desarrolló lo que en economía se conoce como la “teoría del valor trabajo” de Smith y Ricardo, distorsionada, luego, por Marx.

Sin embargo, hay que destacar también que para producir algo el hombre empezó a utilizar su inteligencia, aprendió a pensar, que es el atributo que lo diferencia de las otras especies naturales. De esta manera surgió la ciencia, la misma que aplicada a la actividad económica dio lugar a lo que se conoce como la tecnología, el fundamental factor de producción, hoy, creador de riqueza.

Pero en el largo camino del avance de la humanidad no todos trabajaban en el sentido económico. Claro que hacían actividades, se dedicaban a la política, a la guerra, al arte, a la filosofía. Esta gente obtenía ingresos, no como producto de su trabajo, sino por otras razones que les permitía obtener los bienes para satisfacer necesidades. Provenían, de la explotación de tierras, de las que se habían apropiado violentamente con la venia del poder político de su tiempo; tierras que eran trabajadas, ya sea por esclavos o por siervos que no recibían remuneración por dicho esfuerzo. La otra fuente de ingresos era el Estado, quien tempranamente impuso la recaudación de impuestos, precisamente a quienes producían los bienes y servicios. Parte de lo producido por cierta gente era apropiado por los estados, quienes pagaban con dichos recursos los “servicios” de la nobleza, la aristocracia, el ejército y la burocracia estatal.

Si el primario, fundamental sentido de la vida, es el quehacer económico, qué mejor que éste sea consecuencia de una decisión personal. La persona humana debe ser libre para abocarse a la actividad económica que mejor vea conveniente. Como es inteligente elegirá aquello para lo que es más apto, y, por tanto, más productivo. A esto se denomina “economía libre de mercado”, que lentamente se impone en el mundo.

Pero para que este comportamiento económico socialmente sea eficiente se requiere que esté presente la “libre competencia”. Es decir, toda persona tiene el derecho de hacer lo mismo que hace otro u ofrecer algo diferente, sí así lo prefiere. La experiencia nos demuestra que hay tendencia a diferenciar lo que se ofrece. En la medida que aumenta la competencia, los precios reales de todo lo que se oferta baja. Gana el demandante.

En la modernidad la mayoría de la gente ofrece su capacidad de trabajo, que es muy variada. Por esta razón hay grandes diferencias salariales. Los que componen la oferta de trabajo no sólo son los trabajadores en general, sino también son los gerentes y los empresarios. Los gerentes ofrecen capacidad de liderazgo y los empresarios capacidad de innovación. Ambos están continuamente pensando en lo que requiere la gente para satisfacer sus demandas.

Algo que constantemente observo en la vida cotidiana, cuando camino por las calles, es ver a los maestros y ayudantes de las construcciones, al modesto lustrabotas, al que lava autos en las calles, aquel que ofrece cuidar su vehículo cuando usted estaciona en calles muy concurridas, aquellas personas que pululan por todas partes en sus puestos callejeros de ventas, ya sean en los denominados “mercados” o en las calles, aquellos abundantes artesanos con sus pequeños talleres, todos ellos tienen la grandeza de sustentar su vida en el fundamental sentido de la vida: la actividad económica.

El autor es Profesor emérito de la UMSA y Miembro de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.

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