[Severo Cruz]

No le irá bien a Chile


El principio de libertad oceánica fue puesto en el tapete de la discusión por el estudioso boliviano del Derecho Internacional, Agustín Aspiazu, en 1872. Lo hizo siete años antes de la salvaje invasión chilena, a territorio patrio, que generó el diferendo marítimo, cuyas causalidades fueron sometidas a un proceso de análisis y debate, en instancias de la Corte Internacional de Justicia, recientemente.

“Los océanos como el Pacífico, el Atlántico, los Polares y el Indico, no pueden en primer lugar ser ocupados: esto es, guardados y defendidos del uso de los otros pueblos, y para obtener dominio sobre ellos, sería menester una preponderancia marítima tan exorbitante y tan favorecida de circunstancias tan felices, como no es de creerse se presente jamás en el mundo”, señaló, en consecuencia, el jurisconsulto Agustín Aspiazu (véase su libro “Dogmas del Derecho Internacional”, Imprenta de Hallet & Breen, 1872, pág. 41).

Agustín Aspiazu, conforme vemos en esta parte de su discurso, ha objetado, con claridad meridiana, la actitud de quienes se adueñaron, de manera prepotente, arbitraria e ignominiosa, de la riqueza de los mares o restringieron la libre navegación, fundados, en algunos casos, en tratados o pactos, obsoletos, en absoluto, para nuestros tiempos.

No concebía que el mar fuera de uso exclusivo de algunas naciones sino que debería estar abierto a todos los que deseaban recurrir a esa fuente de vida y valioso medio, asimismo, de comunicación internacional.

Nuestro compatriota, para la formulación de ese trascendental criterio, se ha respaldado con ideas afines, y obviamente de interés mundial, de conocidos pensadores, entre ellos Hugo Grocio, considerado el “padre del Derecho Internacional”, que contribuyó a ese propósito con su obra “De mare líbero”, que se traduce por “libertad de los mares”.

“No pueden en primer lugar ser ocupados”, como el océano Pacífico, “esto es, guardados y defendidos del uso de los otros pueblos”, según afirma Agustín Aspiazu.

Desgraciadamente Chile no comparte esta inquietud que implica desprendimiento, amistad y, particularmente, solidaridad en las relaciones diplomáticas, bilaterales y multilaterales, de las naciones. En este marco quienes están encaramados en La Moneda, mediante el sistema democrático, no han asimilado, o no quieren asimilar, aquel principio de libertad oceánica, que busca refortificar la paz e integración. Se resisten, por lo tanto, a asumir un gesto de fraternidad, fundado, prioritariamente, en la restitución de la soberanía boliviana, sobre el Pacífico.

Chile siempre ha optado por una actitud evasiva, distraccionista y artera, en el tema marítimo. Pues aún está empeñado, en pleno Siglo XXI o sea el siglo de las transformaciones, en mantener su dominio en el Pacífico, conforme soñaba Diego Portales, el implacable adversario del boliviano Andrés de Santa Cruz. Es que no quiere renunciar a sus nefandos propósitos de expansionismo, de rapiña y burla, objetados, ahora más que nunca, por la comunidad internacional.

En suma: por todo lo anotado no le irá bien a Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. ¡Ojalá sea así!

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