Gerardo Ichuta Ichuta
Reventaron los bombos por las patadas recibidas, crujieron las zampoñas aplastadas en el piso, volaron los sombreros para caer estrepitosamente y algunos contrincantes terminaron con los ojos en tinta; eran los años 30 y la fiesta del Señor Jesús del Gran Poder aún estaba en sus inicios. Por ese entonces, de esta manera, los conjuntos de sikuris se disputaban a puño limpio el favor y beneplácito del Tata. Puesto que la entrada, todavía, no se había constituido como tal -entendida como un desfile organizado-, no existían premios, trofeos, ni lucro disfrazado de fe y devoción, sino el sólo afán de dar la mejor demostración musical en pos de la ansiada bendición.
Cuecas, habaneras, huayños, valses y tangos eran ejecutados con gran habilidad por diestros tocadores de zampoñas, en un permanente contrapunteo y el hecho de no poder imponerse ninguno en la competencia desembocaba en verdaderas batallas campales en la noche de la víspera. Así habría empezado la fiesta y nos lo hacen saber Luis Calderón y Lucio Chuquimia -dos, ya fallecidos, gestores de la consolidación de la festividad-, cuando describen los albores de la festividad en algunos textos del siglo pasado, coincidiendo con la memoria oral de algunos longevos artesanos bordadores.
Aunque la denominación de sikuri, para una danza, esté cargada completamente de una connotación indígena, en el imaginario folclórico actual, ese era el nombre con el que también se conocía a una de las danzas más populares de la primera mitad del Siglo XX. Concebida para venerar a las imágenes religiosas católicas, este sikuri era ejecutado por gremios y cofradías de mestizos de las localidades y villorrios provinciales. Su aparición en la naciente festividad del señor Jesús del Gran Poder obedece a que muchos de los artesanos en la calle Illampu, en el colindante barrio de Rosario, eran procedentes de localidades como Achacachi, donde la danza era muy reconocida. Habiendo aclarado que no era un baile de indígenas (éstos lo conocían como mistisikuris, vale decir sikuri de mestizos), prefiero llamarlo sikuris, como lo conocieron sus intérpretes, los mestizos.
La lujosa indumentaria de los músicos, consistía en: Chalecos profusamente bordados en hilos de plata y salón, dando forma a plateadas águilas que se extendían sobre las espaldas, compitiendo con las tradicionales “S” contrapuestas, símbolo de esta danza. Sombreros forrados con tela azul, de blanco rapacejo (flecos), de plumaje colgante y toquilla de seda. Pantalones de felpa o astracán bordado en la parte delantera. La elegancia de esta vestimenta se complementaba con una camisa blanca, corbata, zapatos negros de charol, guantes, los infaltables lentes oscuros, pañoletas de tul o seda en manos y cuello. Hubo una temporada en la que la escasez de material obligó a los bordadores a darse modos para elaborar estos suntuosos trajes.
“…se encontró la técnica para la fabricación de hilos de plata (estaño) y de piedras y perlas para adornar disfraces folklóricos. Se dice que las piedras eran fabricadas de botellas de gaseosas (papayas) que por aquel entonces se vendía en diferentes colores y que los bordadores las recortaban en distintos tamaños para luego revestirlas con hojalatas. Las lentejuelas eran fabricadas de latas de manteca, cuyo interior brilloso les servía de material y las perlas se fabricaban de greda (tierra amasada consistente) que las atravesaban con una aguja y luego de secarlas las pintaban de distintos colores” y “Los primeros disfraces eran sicuris o zampoñaris” (Extractado de “Guía Artesanal – El bordador, suplemento especial por las Bodas de Oro de Amaba, Asociación Mixta de Artesanos Bordadores y Autodidactas…).
Fue el gremio de los bordadores el que presentó el sikuri en la fiesta, allá por el final de los años 20 con el objetivo de rendir devoción al Tata y también de atraer clientes. Posteriormente entraron en escena dos famosos conjuntos de sikuris que marcaron época, primero fueron “Los Cebollitas”, conformado por el gremio de los canillitas (vendedores de periódicos), luego aparecieron “Los Choclos” constituido por el gremio de los lustrabotas. Hileras de zampoñistas, tocando tres tallas de zampoñas, formaban tropas acompañadas de un bombo, un tambor, triángulo y platillos. El marco musical para su coreografía de calle eran los más conocidos huayños sikuris vigentes hasta hoy, como ser “Agüita de Putina” y “Flor de Cactu”. Además ejecutaban una gran variedad de ritmos de moda como tangos y valses para amenizar las fiestas.
Sin duda lo más llamativo del sikuri era la gama de personajes que bailaban desordenadamente entre la tropa de sikuris. Un achachi, similar al de la danza de los morenos, de leva completamente bordada, máscara de un viejo blanco de barba larga, sombrero con gran plumaje, abría paso entre la concurrencia utilizando su chicote. Un diablillo, más conocido como “el maligno”, vestía un enterizo rojo, capa de similar color y una sencilla máscara diablesca con un reptil entre sus cuernos. El maligno, haciendo gala de su picardía, hurtaba panes y naranjas a las vendedoras concurrentes a la fiesta, valiéndose de su filoso tridente para luego regalárselos a los niños asistentes. Un león utilizaba su cola de trapo para sonar a cuanto distraído se atrevía a cruzar entre los músicos. El chuncho, el oso, el gato, el venado, el tigre, el mono, el ángel y el diablo completaban esta miscelánea de personajes que era conocido como “jardín zoológico” y que también interactuaban con el público haciendo morisquetas y vitoreando.
La llegada de la diablada procedente de Oruro, marca el final de esta época dorada de la danza del sikuri. Los bordadores motivados por la majestuosidad de los diablos orureños, deciden crear su versión paceña de la danza, “los diablos romanos” para el año 1945. “El jardín zoológico”, esa farándula de personajes de fantasía acompañaba también a estos diablos.
A pesar de que el preste mayor de la fiesta hacía ostentación de su poder económico trayendo grupos de bailarines indígenas para acompañar, casi ornamentar, la fiesta, porque éstos eran contratados y su participación no era por fe al Tata, puedo animarme a decir que “el Gran Poder nació mestizo”.
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