Fábulas: A todos los humanos
GERUNDIO
Esta historia sucedió al Norte de Guatemala, en la selva llamada Petén. Allá llegó un hombre español que se llevó los ahorros de toda su vida porque deseaba comprar un lote en algún lugar apartado del mundo y de las grandes ciudades contaminadas, para vivir feliz y rodeado por la Naturaleza.
Unos indígenas de la zona le vendieron una parcela de terreno y el español hizo con sus propias manos una casita rústica con tablas y le puso techo con hojas de palmera. El defendía a los animales cuando los cazadores se internaban ocasionalmente en el bosque, para practicar el inmisericorde deporte de matarlos y robarles su piel.
Una vez andaba uno de esos cazadores (asesinos) cerca del río cuando de pronto vio un hermoso lobo y dos lobeznos (así se llaman los bebés de lobo). El lobo grande era una hembra que había llevado a sus pequeños a tomar agua, pero el cazador le hizo un tiro certero en la cabeza y la pobre madre cayó muerta allí mismo. Los lobeznos corrieron asustados pero el hombre corrió tras ellos disparándoles. Uno de los cachorros se empezó a quedar atrás y desgraciadamente un tiro lo mató.
El otro lobezno siguió corriendo y fue a parar frente a la vivienda del español, que en ese momento estaba reparando la cerca de su gallinero. El hombre al ver al pequeño animal casi desmayado y llorando, inmediatamente le dio a beber agua y lo llevó para dentro de su casa; cuidó bien al pequeño durante unos días, pero al ver que no intentaba irse ni llegaba la madre a buscarlo, decidió quedarse con él y lo llamó Tundra. Hacían excursiones por la selva y Tundra siempre corría delante de su amo, olfateando madrigueras de topos y otros roedores que habitan en la espesura del bosque.
En España, todos los hermanos y hermanas del hombre, querían reunirse porque la madre de ellos era ya muy anciana y estaba en cama con una severa artrosis y pronto le habría de llegar la muerte.
Enviaron suficiente dinero al hermano para que viajara, pero él no quiso dejar solo a Tundra, pidió a sus hermanos más dinero para todos los trámites ne-cesarios y que Tundra viajara con él. Los hermanos aceptaron y el español cumplió con todos los documentos en el Ministerio de Salud, en Migración y pagó todos los impuestos en el Ministe-rio de Economía y Finanzas, y de ese modo, Tundra tuvo un pasaporte para viajar en avión hasta España.
Al llegar al aeropuerto de Barajas, en Madrid, la capital de España, todos admiraron al hermoso joven lobo, que caminaba al lado del español que más que su amo, era su amigo y compañero de aventuras en el bosque. Allá, en la selva de Petén, ambos se dedicaban a disuadir a los cazadores de su innoble deporte de asesinar criaturas inocentes.
Moraleja: Luchemos para que no sigan muriendo más animales víctimas del asesinato llamado deporte de cacería.
ARGENPRESS
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