Colocado encima de una vitrina para reactivos, un botellón de vidrio dejaba ver sin esfuerzo docenas y más docenas de gusanos blanquecinos entrelazados como cordones de zapatillas deportivas.
Sumergidos en formol para conservarlos, estaban tan apretujados que casi no había espacios libres entre ellos. Sin embargo, eso no fue lo que me sorprendió. Ahondando el caso, descubrí que fueron casualmente extraídos en un acto quirúrgico a ¡un único paciente! El señor ahora desparasitado vivía en una comunidad yungueña de la provincia Caranavi al noreste de la ciudad de La Paz.